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Realidad histórica mata mito

Tras los bárbaros hechos cometidos por la organización terrorista Hamas, el 7 de octubre del año pasado, se han producido, en distintas partes del mundo, manifestaciones antijudías acompañadas de acusaciones contra Israel, como así también, otras de solidaridad con las víctimas y de apoyo al ejercicio de la legítima defensa del Estado Judío, incluso se ha denunciado el peligro que corre Occidente ante el avance del islamismo radical, por eso, en la columna de hoy valiéndonos de la Historia, intentaremos desmitificar el relato de Al Andalus, que se nos ha presentado como un período donde las tres religiones monoteístas, Judaísmo, Cristianismo e Islam, convivieron armoniosamente, bajo el dominio musulmán, y para probar que esto no fue así, sólo se apelará a lo fáctico, a lo objetivo, desprovisto de cualquier connotación islamofóbica, para que cada uno saque sus propias conclusiones.

En principio, ubiquemos en tiempo y espacio a Al Andalus, respecto al primero, se dio desde principios del Siglo VIII y finales del XV, en cuanto geográficamente abarcaba más de los 2/3 de la península Ibérica, en su expansión máxima, desde Gibraltar hasta la región al sur de las montañas Cantábricas, orilla meridional del río Duero y los Pirineos al oriente.

La actual islamofibia, practicada por grupos progresistas y/o de izquierda, de manera acrítica manifiestan una admiración ciega por lo islámico, en detrimento de lo occidental, y culpando a Occidente, de los sufrimientos de los musulmanes en el pasado, y pregonando el mito que sostiene la coexistencia pacífica y armónica de las tres culturas, en Al Andalus.

Sin embargo, esta concepción comenzó a construirse en el Siglo XIX, por la literatura romántica europea, con una visión nostálgica, exótica e idealizada de lo musulmán, y en el Siglo XX dio lugar a sostener, el mito de una convivencia armónica entre las tres religiones, y para el presente siglo, la corriente multiculturalista, se refiere a las tres culturas y a una “alianza de civilizaciones”, en contraposición a la tesis de Samuel Huntington del “choque de civilizaciones”, con implicaciones ideológicas y políticas.

Esa composición, nos quiere “vender” un Al Andalus, como una sociedad armónica e igualitaria, pero la realidad histórica, nos revela una sociedad inestable y conflictiva, compuesta por distintos grupos étnicos, lingüísticos y confesionales, en recurrentes crisis y enfrentamientos.

Pero vayamos a lo histórico, en principio Al Andalus estuvo a merced de las distintas invasiones procedentes del norte de África, y en el Siglo VIII, tras la muerte de Mahoma, en el 632 en Medina, los árabes se expandieron a partir de la península Arábiga hacia el noroeste en Anatolia, hasta la frontera con el Imperio Bizantino, al oriente sobre lo que había sido el Imperio Persa y al sur y occidente, a través del Magreb, y esto se dio, en un Islam que se fragmentaba entre sunitas y chiitas, diferencia que surgió por la legitimidad de la sucesión de Mahoma, los primeros estaban por respetar la tradición o Sunna, en que el Califato es elegido, y los segundos por la aplicación del derecho hereditario, siendo reconocido Ali, yerno y primo del profeta, y sus partidarios recibieron la denominación de shiiat Ali o seguidores de Ali, y de ahí shiitas. En este contexto, el Califato de Damasco se erigía como la autoridad política y religiosa para unificar a las tribus árabes sunitas.

En tanto en la península ibérica, eran tiempos de la dominación visigoda cristiana, que vivía recurrentes crisis internas por la sucesión real, y esto favoreció la declinación y caída de los reinos visigodos, que se materializó tras la batalla de Guadalete, julio del 711, cuando las fuerzas del Califato Omeya, lideradas por Tariq Ibn Ziyad, derrotaron al ejercito del rey Rodrigo, quien perdió la vida en la contienda. Tras este evento, Musa, líder político árabe de la región de Tánger, arriba a la península con un contingente de cerca de 20 mil guerreros bereberes del norte africano, de la antigua Mauritania Romana, que no es la región de la Mauritania moderna que se halla en el litoral atlántico, y es por eso que esos bereberes recibieron la denominación de Moros.

Así los hechos, comienza la expansión musulmana en territorio ibérico, Tariq lo hace en dirección a Zaragoza mientras Musa hace lo propio hacia la actual provincia de Burgos, y ambos no tuvieron reparos en matar por inanición o degüello a quienes se resistían, tomando a las mujeres como esclavas, sin embargo, no siempre fue así de violenta, cuando las poblaciones aceptaban la dominación musulmana en aquella primera etapa, por ejemplo, fue el caso de muchos terratenientes, que estaban cansados de los perjuicios que le ocasionaban las rencillas entre las elites visigodas. Esto se da en ese Siglo VIII, cuando el Islam salía de su etapa inicial y no tenía aún la rigidez dogmática que fue adquiriendo durante el siglo siguiente.

Otro factor, por el que ese Islam inicial fue permeable para algunos sectores visigodos, es que una mayoría de éstos, profesaba una vertiente hereje del Cristianismo, el Arriarismo, que si bien concebía a Jesús como hijo de Dios, lo veía como hombre y no como una divinidad, algo que tiene sus raíces en los pueblos germánicos, y lo equiparaba con la visión en el Islam de Jesús o Issa como un profeta, y esto en línea con el reconocimiento tanto de la Toráh o Al Tawrat y del Evangelio o Al Injii, según lo señala la Sura 2, Aleya 36, del Corán, y por lo tanto, esto se reflejó en aquella primera etapa de dominación musulmana, en una moderada coexistencia, además hay que tener en cuenta, que para ese entonces, los musulmanes constituían aún una minoría, y necesitaban de la población cristiana y judía, para el desarrollo económico y un correcto ordenamiento fiscal.

A este respecto, parte de la población cristiana visigoda se convirtió al Islam, los muladíes, mientras otros conservaron su fe, los mozárabes, que constituían el 70% de los habitantes de Al Andalus, y tanto a éstos como a la población judía, se les aplicaba el “dhimmi”, un estatuto en el Derecho Islámico, que equivale a “protección”, un impuesto necesario para equilibrar las finanzas, pues tanto musulmanes como muladíes no pagaban impuesto alguno, sólo estaban obligados a cumplir con la “zakat” o limosna, uno de los pilares del Islam, y que es una proporción fija a tributar de la riqueza personal, con destino a ayudar a pobres u otros fines benéficos.

Por otro lado, el destino de los terratenientes visigodos no era uniforme en Al Andalus, en algunas regiones pasaron a la servidumbre del regente musulmán del lugar, mientras en otros lugares, conservaron temporalmente sus prerrogativas, por necesidades materiales o para satisfacer un funcional ordenamiento social y fiscal.

También, para esta época surgen tensiones en el bloque musulmán, en particular por el reparto de tierras y las rencillas entre líderes árabes, es así que el Califa Suleiman I, de la dinastía Omeya, desde Damasco sentencia a muerte a Musa, aunque luego la pena será conmutada por una fuerte multa, para que finalmente, el líder árabe sea asesinado en una mezquita en Damasco en el 714, quedando así los territorios conquistados por él, en manos de su hijo, Abd al Aziz Ibn Musa, quién se casa con la viuda del rey Rodrigo, Egilona o Ayluma en árabe, quién mantuvo su fe cristiana y ejercía gran influencia sobre su esposo, lo que derivó en un fuerte malestar entre los musulmanes, que llevó a Suleiman I a enviar emisarios que asesinaron a Abd al Aziz, en el 716, lo que refleja la dialéctica y contradicciones dentro del imperio árabe, que también se refleja en una revuelta en el 741, en el norte de África y en la península, protagonizada por los bereberes contra el liderazgo árabe, abandonando las regiones del norte ibérico que ocupaban, y esto posibilitó, que desde la única región que resistía la expansión musulmana, en el norte, Asturias, el rey Alfonso I inicie una campaña, no de conquista, sino de liberación de los pueblos cristianos y llevarlos al norte, quedando así, una región entre el río Duero y la cadena montañosa cantábrica, despoblada y conformando una franja que dividía el norte cristiano del centro y sur musulmán.

En el 750, las crisis en el imperio árabe hacen eclosión en Damasco, una guerra civil que posibilita el ascenso de la dinastía Abasida, quitándole el poder político y religioso a los Omeyas, emprendiendo una persecución y matanza de estos últimos, salvándose el príncipe Abderramán, que huye y llega a la península ibérica, fundando el emirato de Córdoba, terminando con las rebeliones, tanto de los partidarios abasidas como de los bereberes, valiéndose de los omeyas de Granada y de Muladíes y Mozárabes, pero reconociendo la autoridad religiosa del Califato de Damasco, aunque no la política. Durante los 32 años liderando el emirato de Córdoba, tuvo que enfrentar recurrentes rebeliones internas, lo que le impidió recuperar los territorios abandonados del norte ya mencionados.

Sin embargo, Abderramán I inicia una campaña de islamización, levantó la mezquita de Córdoba sobre los cimientos de una iglesia cristiana, también estableció un tribunal coránico para la aplicación de la Sharia, y privilegió a los musulmanes sobre cristianos y judíos, debiendo éstos pagar elevados impuestos, lo que los constituían en ciudadanos de segunda, dejando la practica confesional de ambos colectivos al ámbito privado y excluidos de la vida pública, lo que demuestra que una coexistencia justa entre las tres religiones, es un mito.

Es más, el dhimmi era en la práctica un instrumento de sumisión a cambio de protección, y había dos tipos dhimmíes, uno de carácter personal o yitzia, y otro el jarach, sobre la renta de la tierra, además los mozárabes y judíos estaban sujetos a la fiscalización de los alfaquíes, doctores de la ley coránica, que eran instrumentos para la islamización en el período de un Islam más estricto o rigorista, lo que conllevó a la emigración de parte de ambas comunidades a las regiones del norte, un factor importante para la repoblación de la franja desierta que dividía tierras cristianas y musulmanas. En este contexto, se dieron levantamientos de mozárabes, incluso algunos apoyados por muladíes, que fueron aplastados, como las matanzas de Toledo, Zaragoza, Huesca y Mérida, y en el 818, se produce la rebelión de Córdoba, reprimida con más de 300 degollados y casi 20 mil familias deportadas, tanto cristianas como judías.

En el 929, Abderramán III se proclama califa de Córdoba, reuniendo así el poder religioso y político, pero con su hijo Alhaken II, finaliza el esplendor de los omeyas en el 976, siguiendo un período violento con el gobierno de facto de Almanzor, apoyado por los alfaquíes y las tropas bereberes, decretando la Yihad, esta etapa de terror duró hasta el 1002, con su muerte. Lo que siguió, fue más violencia, los árabes persiguieron y masacraron a los bereberes y sus mujeres y niños fueron esclavizados, dando lugar a una fitna o guerra civil entre musulmanes, que duró 22 años. A este período y tras la caída del Califato de Córdoba, vino la invasión de los almorávides, en 1086, liderados por Yusuf Ibn Tasufin originarios de la región occidental africana, hoy Senegal, Gambia, Ghana, Mali, Marruecos y la Mauritania actual, una secta islamista radical con una interpretación rigorista del Islam, esto llevó a los reinos musulmanes de Taifa, remanentes del califato cordobés, a aliarse con los almorávides para enfrentar a los reinos cristianos, sin embargo, los recién llegados se hicieron con los reinos de Taifa y con el dominio de Al Andalus, un imperio almorávide que duro unos 50 años, hasta que fue reemplazado por los almohades, liderados por Muhammad Ibn Turmart, de Marruecos, tras otra fitna entre éstos y los almorávides, los almohades triunfantes, resultaron ser más radicales, dando lugar a un período de un fuerte rigorismo islámico, por ejemplo, el gran filósofo y jurisconsulto árabe Averroes de Sevilla, fue expulsado de Córdoba y prohibida sus obras, y se refugió en la casa de su amigo, el filósofo y médico judío Maimónides, pero luego, el primero terminó en Almería y el segundo, fue presionado para convertirse al Islam, y huyó a Fez y finalmente encontró su lugar en Egipto.

En el año 1174, el califa almohade Abu Yaqub Yusuf, inicia una Yihad contra León y arrasa las tierras al sur del río Tajo, pero en el 1212, los almohades son derrotados por un ejército cristiano en la batalla de las Navas de Tolosa, por los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, lo que derivó en el derrumbe del imperio almohade. Con el avance de los reinos cristianos, la población musulmana emigra al reino nazarí de Granada, o se convierten al cristianismo, o siguen profesando el Islam bajo la autoridad política de los reyes cristianos, a estos últimos se los llamó mudéjares y constituían el 15% de la población de Castilla y Aragón, mientras que las juderías, constituidas no sólo por los oriundos de la península, sino también por los expulsados de Inglaterra y Francia, en los siglos XIII y XIV, emigraron durante la dominación almohade a León, Castilla y Aragón, donde se radicaron y ejercieron sus profesiones y algunos ocuparon cargos públicos, algo que lamentablemente terminó con las conversiones forzadas y la expulsión en 1492, y luego sobrevino el oscuro y brutal período de la Inquisición, pero ya Al Andalus era historia.

El mito de la convivencia pacífica, armónica y justa de las tres religiones en el período de Al Andalus, es como se ha señalado, una construcción idílica y no real, que nació en el Siglo XIX, y que en la actualidad es retomado por las corrientes progresistas, que subvierte el peligro que representa la expansión del Islam radical y yihadista para Occidente, acusando de “orientalistas”, término acuñado por el intelectual egipcio, no palestino, Edward Said, para todo aquel que denuncia al Islam como una expresión político-religiosa, sumado a que se pasa por alto, cuando en 1928, otro egipcio, Hassan al Bana, fundador de los Hermanos Musulmanes, llamó a la Yihad contra Occidente y a refundar el Gran Califato, que reivindica la reconquista de los territorios otrora bajo dominación musulmana, entre estos, Al Andalus, como así también la islamización de los infieles.

Finalizando la columna de hoy, las conclusiones las dejó a cada uno de ustedes, el presente análisis no es islamofóbico, sino realista y sólo se ha apelado a la Historia, la que siempre nos ha enseñado que, cuando un dogma religioso deviene en ideología, se dan los radicalismos, los fundamentalismos, los integrismos, o cualquiera otra forma de extremismo confesional, que sólo han producido las peores atrocidades que el Hombre puede cometer, por eso y como frase de cierre, que une el pasado analizado y el presente reciente, he elegido una frase de un nefasto personaje, Osama Ibn Laden, que el 7 de octubre del 2001 dijo, “ El mundo debe saber, que no se repetirá con Palestina la tragedia de Al Andalus”.-

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