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“Muerte de un caudillo”

La reciente y sorpresiva muerte de Jorge Larrañaga causó estupor, desazón, y tristeza por su naturaleza prematura y por la calidad humana que todos le han reconocido. Para muchos, como quien escribe, cuando un coetáneo muere en forma súbita, sea conocido o no, supone un shock, una inesperada necesidad de revisión de vida y pendientes. La foto que lo retrató para siempre sentado en el cordón de la vereda, mirando un horizonte cualquiera, sobre raíces de ombú, bajo su sombra, nos retrata a todos en la claridad meridiana que supone una foto en blanco y negro. “Hay  orden de no aflojar” pero lo cierto es que el domingo, mientras se procesaban los funerales, se hizo una pausa y se procesó una tristeza colectiva que buscaba tierra adentro alguna respuesta.

No escribo estas líneas por motivaciones políticas, aunque había aprendido, en los últimos años, y tal vez precisamente por el paso de los mismos, a valorar la tosquedad auténtica que lo caracterizaba, el empeño, y la nobleza de sus actitudes políticas. Tampoco soy yo quien debe rescatarlas. Sólo destacar que en una campaña llena de outsiders y políticos oportunistas, él encarnó el político de carrera, de vocación, de constancia, que aun en la derrota asumía sus responsabilidades. Sabía que en 2019 sería más perdedor que nunca (perdió votos por todos los costados), pero elegí asegurarle, desde la modestia de un voto, un lugar en el Senado.

Escribo, sin embargo, porque el país que habito está atravesado por la muerte: cada día mueren medio centenar de personas al tiempo que otras quinientas pelean día a día en los CTI debido a la pandemia. Hay muertos anónimos y muertos célebres, enfermos anónimos y enfermos mediáticos; pero como bien se ha dicho, el virus no sabe de las porfías humanas, de los relatos, de todo aquello que nos alimenta y no es alimento, sino sociedad y cultura.

Desde su puesto como Ministro del Interior Larrañaga lidiaba precisamente con la primera, pero por qué no, también con la segunda. ¿Qué es “exhortar”, en lugar de imponer, sino apelar a la cultura colectiva? ¿Qué es educar al mismo tiempo que reprimir sino generar cultura social? De alguna manera, él representaba un colectivo que ha entendido que gobernar no es sólo ejecutar, sino que, en especial en medio de una crisis de esta magnitud, supone reencauzar una sociedad sobre ciertos valores y prioridades. La legitimidad de esta visión está dada por los votos; en especial los de octubre, que representan, a través del parlamento nacional, el rumbo que una ciudadanía mayoritariamente prefiere.

Si la pandemia nos descolocó a todos, si cambió hábitos y prioridades, economía y sociedad, contactos y distancias, cómo no suponer que cambió la percepción de lo que somos o queremos ser como colectivo-país. El gobierno de turno actúa de acuerdo a sus convicciones ideológicas, y la oposición política lo hace desde las suyas; eso es legítimo y esperable. Lo que ha cambiado es el espacio y el tiempo sobre el cual se produce esa dinámica. El país del “no pasa nada”, “todo tranquilo”, se ha visto enfrentado a que todo es posible, que un día puede ser peor que el anterior, y que “tranquilos” solamente están, por suerte, los gobernantes de turno al enfrentar la pandemia. Larrañaga, por su naturaleza, no estaba “tranquilo”; enfrentaba la pandemia social, el crimen, la grieta, lo que ninguna vacuna evitará. Quien haya pasado por las patologías del sistema coronario podía ver, día a día, al hombre enfrentado al lado más oscuro de la sociedad.

Los últimos dos meses han sido apabullantes, contundentes, largos, interminables. Marzo se deslizó en Abril, Abril en Mayo, y ya estamos entrando en Junio. La famosa luz al final del túnel sigue ahí, al final del túnel; nosotros seguimos transitándolo. Primero fue Abt, joven, inesperado; después fue Sonsol, en su plenitud; y como si no alcanzara con el Covid, un paro cardíaco se llevó a Larrañaga. Si no en su plenitud o mejor momento (discrepo respetuosamente con el Presidente), sin duda en su momento más simbólico, más representativo de los valores de su sociedad.

Como siempre, los valores no son aquellos que ostentamos sino aquellos a los que aspiramos. Viéndolo trajinar uno sentía que el hombre iba en busca de algo mejor, de superación, ya no para sí (nunca sabremos cómo visualizaba su futuro político, escuché que había dicho que se iría para su casa, pero con los políticos nunca sabemos a ciencia cierta), sino para el colectivo cuya dinámica electoral lo había ubicado en ese puesto.

#HayOrdendeNoAflojar es un hashtag muy pertinente y adecuado para estos días. O, como decimos en la tradición judía, también esto pasará. El desafío es qué nos deja, cómo nos deja, qué aprendimos, en qué seremos un poco mejores. La inesperada pérdida de Jorge Larrañaga pone en evidencia ese tipo de conceptos que sólo podemos capturar cuando quien los encarna desaparece físicamente. Que descanse en paz y que su alma quede entrelazada al destino nacional.

 

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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