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Israel y su crónica inestabilidad política

Ricardo López Göttig

Por Ricardo López Göttig*

Apenas al conocerse los resultados de la cuarta elección parlamentaria israelí, los observadores se preguntaron cuándo habrá de ser la próxima convocatoria a las urnas. Si bien el partido Likud, del primer ministro Netanyahu, sigue siendo la primera minoría en la cámara, la suma de sus treinta escaños a los partidos religiosos aliados, no alcanza para tener mayoría. Más atrás, Yesh Atid, liderado por Yair Lapid, se encuentra con una situación más compleja, al intentar articular una mayoría muy heterogénea y fragmentada. Así comienza un período de intensas negociaciones, no sólo entre los principales actores, sino también entre los medianos y pequeños entre sí.

Varias democracias parlamentarias suelen pasar por estas etapas de negociaciones para conformar gobiernos que, en lo posible, agoten el período legislativo: Italia se ha vuelto un objeto de estudio en sí mismo por la volatilidad de sus gobiernos y la alta rotación de los primeros ministros. España ha ingresado en esta categoría en los últimos cuatro años, tras el debilitamiento de su esquema bipartidista. Bélgica se ha convertido en los últimos quince años en el escenario de varias crisis políticas por la fragmentación de su parlamento, a la que se suma la representación de flamencos y valones en el gobierno. Incluso la propia República Federal Alemana, en la que había alternancia entre la democracia cristiana y la socialdemocracia, siempre con los liberales como el partido que brindaba los escaños necesarios para la mayoría, ha ido ingresando lentamente en una mayor fragmentación de su representación en el Bundestag, por lo que ha tenido que recurrir a las “grandes coaliciones” de los dos grandes partidos. Algunos regímenes parlamentarios europeos han intentado solucionar estas situaciones con un sistema uninominal, otros subiendo el porcentaje para acceder a la representación, en torno al 5%.

Pero ninguno de estos caminos pareciera ser viable en la democracia israelí: en primer lugar, su heterogeneidad social está representada en la Knesset y esto no podrá taparse con un nuevo régimen electoral; en segundo, difícilmente los propios partidos –excepto los de mayor raigambre- acepten una mutación de las reglas, sabiendo que puede llevarlos a su desaparición.

Netanyahu sigue poniendo en evidencia su capacidad de supervivencia política, pero perdiendo por el camino más y más confiabilidad entre los posibles aliados. De prolongarse esta situación con un gobierno en funciones, en noviembre debería asumir Benny Gantz como nuevo primer ministro, un lejano compromiso de abril de 2020. Mientras tanto, la política sigue girando en torno a la figura de Netanyahu, entre su aceptación y su rechazo.

 

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