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Joe Biden calibra su relación con Xi Jinping, la competencia entre EE.UU. y China se despliega en el Pacífico

Las tensiones entre las dos superpotencias inciden en la península coreana

Por Atilio Molteni – Embajador
La semana pasada, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken y el Asesor Nacional de Seguridad, Jake Sullivan, tuvieron la primera reunión ministerial con los dos diplomáticos chinos de la máxima jerarquía, en Anchorage, Alaska.

En esa ocasión, una breve sesión pública comenzó con duras acusaciones recíprocas de ambos rivales geopolíticos. Luego, dos días de reuniones reservadas no dieron lugar a ningún comunicado conjunto, salvo declaraciones de las partes que confirman sus diferencias en varias áreas.

El principal experto chino en las relaciones con Washington demostró una nueva actitud combativa en defensa de la soberanía, la seguridad y el desarrollo de su país, criticando que Estados Unidos pretenda que otros Estados adopten su sistema político, cuando tiene serios problemas de derechos humanos.

Por su parte, Blinken reiteró las manifestaciones del presidente Joe Biden de que su Gobierno considera a China como el competidor más serio, y cuestionó sus acciones contra el régimen económico y democrático de Hong Kong, en Xinjiang, en Tíbet y la coerción económica a sus aliados, describiendo al régimen de Xi Jinping como una amenaza a la estabilidad global.

Por otro lado, indicó el interés de su Gobierno por cooperar en temas de interés para ambas partes, como el medio ambiente, la pandemia y el desarme nuclear. La conclusión de los especialistas es que Estados Unidos no favorece un reseteo de las relaciones bilaterales, ni se van a dejar de lado algunas de las políticas desarrolladas por su predecesor, salvo aquellas que fueron confusas o contradictorias.

A pesar de su amplia relación comercial y financiera, la diferencia de los sistemas políticos y de organización económica entre ambas potencias está a la vista. Estados Unidos es una democracia liberal, mientras China es conducida por un gobierno unipartidario y autocrático, que exhibe con orgullo la “economía socialista de mercado”, y ambas compiten por el liderazgo global.

Sin embargo, este encuentro puede dar lugar a un proceso de diálogo y negociación para restablecer una relación más estable (que en el pasado duró años), sin que exista por el momento la probabilidad de un conflicto militar directo, entre otras razones, porque la capacidad de Estados Unidos todavía es muy superior.

No obstante, un día antes de la reunión en Alaska, Washington sancionó a dos docenas de funcionarios chinos vinculados con la represión en Hong Kong y, dos días, después hizo lo propio con cuatro personas y otras entidades de seguridad vinculadas con las violaciones étnicas y detenciones en campos de reeducación de Uigures, en la región autónoma de Xinjiang, que son musulmanes, en paralelo con medidas tomadas por la Unión Europea y otros cuatro países occidentales.

En enero, la nueva Administración estadounidense confirmó la decisión de su antecesora de que tales prácticas equivalen a un genocidio.

Washington califica a la situación existente como una competencia diplomática y económica abierta, que se orienta hacia los problemas de la tecnología, los conflictos cibernéticos y la influencia regional, tratando de influenciar las opciones de Beijing. Con un enfoque aproximado, China alega que su Gobierno busca mantener un nivel de relaciones equilibradas, quizás basándose en el cálculo político de que el tiempo juega a su favor, por el crecimiento chino y una eventual declinación estadounidense.

Uno de los objetivos de la nueva Administración de Washington es combinar sus capacidades con las de sus aliados, para alcanzar mayor fortaleza y condicionar las acciones de China, incluyendo las orientadas a modificar el estatus quo del equilibrio geopolítico del Asia-Pacífico.

Como antesala a la reunión de Alaska, el secretario Blinken y el de Defensa, Lloyd Austin, pusieron gran empeño en revitalizar y reconstruir los lazos con Gobiernos aliados de dicha región. Por ello visitaron a sus contrapartes de Japón y Corea del Sur, para analizar los temas geopolíticos, económicos y diplomáticos, debido a que su papel en el mapa de la seguridad global es clave.

El pasado 16 de marzo, se reunieron en Tokio con sus equivalentes japoneses. Ambos países son aliados desde 1951, resultado de un pacto de defensa común que permite a Estados Unidos desplegar en Japón 50.000 soldados (financiados parcialmente por el país huésped), mientras comparten posiciones próximas sobre la fuerza creciente que representa China y la amenaza de Corea del Norte.

Como resultado de estas conversaciones, se adoptó una declaración que subraya el propósito de cuestionar a China por sus disputas territoriales, las amenazas a la democracia y otras crisis regionales que lesionan el orden internacional. Este texto respalda el derecho japonés de administrar las islas Senkaku, un territorio disputado por China, y reafirma la necesidad de preservar la estabilidad en el Estrecho de Taiwán, que es el problema más grave de la región.

Al día siguiente los dos Secretarios del Gabinete Biden visitaron Seúl, otro de sus socios estratégicos y económicos regionales (otros son India, Australia y Vietnam), donde también tiene desplegados 28.500 soldados, financiados parcialmente por Seúl, como consecuencia de un pacto de defensa mutua suscripto en 1953.

Las conversaciones se concentraron en tratar de organizar una cooperación trilateral con Japón, debido a que la difícil relación de este país con Corea del Sur, hasta ahora imposibilitó generar un sistema cooperativo sustentado en la confianza mutua, en virtud de conflictos históricos y otras diferencias.

Por otra parte, el régimen de Seúl es esencial para hacer frente a las acciones y actividades de Corea del Norte, con la observación de que el Gobierno de presidente Moon Jae-in favoreció las conversaciones que en su momento desarrolló el expresidente Trump con su contraparte Kim Jong-un, considerándolas críticas para prevenir un conflicto militar y realizar su objetivo nacional de establecer una paz duradera en la Península coreana. Por su parte, intensificó durante 2018 los vínculos económicos y políticos entre ambas Coreas, hasta que colapsaron al año siguiente.

Sin embargo, los dos años de la diplomacia personal de Trump, en negociaciones destinadas a terminar con los desarrollos de armamento nuclear y misilístico de Corea del Norte concluyeron en 2019, debido a diferencias sobre la amplitud y la secuencia de las concesiones. Consistían en medidas de desnuclearización por parte de Pyongyang, a cambio del levantamiento parcial de las sanciones estadounidenses y de la comunidad internacional, que cubren gran parte de su comercio internacional.

Kim también relacionó el progreso en estas conversaciones sobre desnuclearización con la cesación de los ejercicios militares de Estados Unidos con Seúl y la venta de material militar. Por el momento no está haciendo pruebas nucleares o misilísticas, pero puede iniciarlas en cualquier momento como elemento de presión y, significativamente, ha seguido produciendo artefactos nucleares.

En enero de 2021, los funcionarios estadounidenses anunciaron que revisarían las relaciones con Corea del Norte, en cooperación con Japón y Corea del Sur, en un momento en que el régimen de Kim Jong Un tiene una situación muy grave a consecuencia de la pandemia, las sanciones, y otros problemas derivados de su economía.

Sin embargo, en el pasado superó situaciones muy difíciles por los rasgos extremos de su régimen autoritario y porque tiene el apoyo de China, que sostiene a Pyongyang por sus propios intereses nacionales y para evitar una unificación de la península coreana conducida por Seúl.

Ahora, Corea del Norte prosigue con su desarrollo nuclear, misilístico y cibernético, buscando nuevas conversaciones con la Administración Biden con el objetivo de que acepte su estatus de potencia nuclear, y se levanten las sanciones que le permitan superar su crisis económica.

Para Washington puede ser una oportunidad propicia, con el condicionante que distintas Administraciones estadounidenses han fracasado en llegar a acuerdos, empezando por el expresidente Clinton y seguido por todos sus sucesores.

Otro agravante es que Kim ya contaría con la capacidad de atacar el territorio continental de Estados Unidos. Pero para llegar a un entendimiento y superar los fracasos del pasado, necesitaría la cooperación de China y de otras potencias regionales, para negociar la situación de la península coreana a fin de equilibrar la balanza en favor de la paz.

Algunos analistas sugieren empezar por pasos parciales y realistas, por los cuales Corea del Norte desmantelaría su infraestructura de producción de plutonio y de uranio enriquecido para producir más bombas, sujeta a una verificación internacional, a cambio de un levantamiento parcial de las sanciones, sin intentar el propósito deseable de su desnuclearización total, que fue el objetivo que Trump no pudo lograr en su reunión con Kim en Hanoi, en febrero de 2019.

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