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Iom Kipur en la NCI de Montevideo

Como no podía ser de otra manera en tiempo de pandemia hubo dos realidades: una virtual y otra presencial. Aquello que dijimos en el comienzo de Rosh Hashaná 5781 en la sinagoga de la NCI de Montevideo pareció configurarse ante nuestros ojos: la diferencia existe, pero sus consecuencias son intrascendentes; o sea, “no es lo mismo pero es igual”. Lo trascendente fue la experiencia colectiva, sea in situ, sea del lente de la cámara hacia los hogares.

Como dice el texto bíblico en “Nitsavim”, todos estábamos allí. Este año, “todos” supuso mucho más que cualquier otro año en la historia de la comunidad; “todos” supuso varios miles, en Uruguay y en todo el mundo. El asunto, sin embargo, no son los números sino la vivencia (aunque siempre contamos “cuánta gente había”, nadie escapa a la estéril tentación de cuantificar lo inaprehensible).

Yo soy uno del par de cientos que estuvimos allí en todas las unidades litúrgicas; en esta oportunidad no elegí el streaming, mi vivencia fue presencial. Los testimonios que han llegado de quienes eligieron quedarse en casa son conmovedores. Quienes vivimos el encuentro, la liturgia, y las prédicas “en vivo” sabíamos que lo que sucedía allí donde estábamos era la experiencia que fluía hacia cada hogar. Esa noción es una noción comunitaria. Por lo tanto, por más aforo que impusiera el Protocolo del Gobierno, nunca antes nos cuidamos tanto ni fuimos tan conscientes unos de los otros. Las repercusiones que nos llegaron después de finalizado Iom Kipur nos dieron la razón acerca de las decisiones y el camino que como colectivo habíamos tomado.

Desde los hogares, más allá del reconocimiento a la experiencia vivencial y trascendental, se dio un fenómeno inusual: no sólo la NCI entró en las casas de muchísima gente; muchísima gente que nunca había entrado a la NCI participó de sus servicios religiosos. Se develó acaso uno de los secretos mejor ocultos del Ishuv montevideano: que en la NCI se reza, que la estética es única y bellísima, y que la tecnología está exclusivamente al servicio de la experiencia religiosa. Las palabras y el carisma del Rabino Daniel Dolinsky conquistaron a unos y otros: presenciales y virtuales, habitués y visitantes. La experiencia religiosa de estos Iamim Noraim 5781 fue trascendente, relevante, y colectiva en su sentido más amplio. Algunos no estuvieron en la NCI; la mayoría, que se quedó en sus casas, estuvo.

Pero estas fechas no son acerca de market-share sino acerca de lo vivencial. Los tiempos acotados y otras medidas indicadas por el Protocolo dieron lugar a mayor contundencia, un ritmo diferente, y una noción de lo efímero que hizo cada momento más intenso. No cabe duda que esta intensidad traspasó las barreras entre lo presencial y lo remoto. Donde estuviéramos, todos coincidimos en que este año, más que dejarlo transcurrir, corrimos hacia el tiempo sagrado, como queriendo aprovechar cada uno de esos preciados minutos y llenarlos del contenido más relevante y sobre todo optimista y esperanzado. La puntualidad, el cumplimiento de las exigencias, el firme deseo de que todo “salga bien”, pautó la singularidad de estos servicios religiosos. Nadie de los miles que fueron parte podrán olvidar este año: el año que la pandemia nos permitió, con menos, ser más.

Dice el texto de Kol Nidrei: “desde este Iom Kipur y hasta el próximo”. Nadie puede saber hoy en qué circunstancia nos encontrará 5782; pero, a diferencia de 5780, cuando jamás imaginamos este contexto y esta crisis global, llegaremos al próximo Rosh Hashaná con una mayor noción de humildad, con menos miedo a la incertidumbre, y con una fortaleza ya probada. También estas generaciones de judíos pueden estar a la altura de la hora porque siempre existió, y existirá, la posibilidad de salir extra-muros para preservar el legado que es la causa de nuestro desvelo.

Por Ianai Silberstein

Reproducción autorizada por Radio Jai citando la fuente.

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