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China disfruta la música del silencio

Por Ezequiel Naidich

En las últimas semanas se hizo presente un nuevo conflicto entre Beijing y las minorías étnicas autónomas de China. En esta oportunidad, el gobierno impuso reformas educativas en la región de Mongolia interior, buscando reemplazar el mongol por el chino mandarín como el idioma en que se dictan varias asignaturas. El objetivo de la reforma era, para el 2022, imponer el mandarín como la lengua oficial. Esta nueva realidad con la que se encontraron los alumnos y padres al comenzar el ciclo lectivo fue respondida con protestas a lo largo de la región. Desde entonces, entre 4000 y 5000 personas han sido puestas bajo alguna forma de vigilancia policial por “causar problemas”. Para la población local y organizaciones de derechos humanos, Beijing está llevando a cabo un genocidio cultural, y ha convertido el sur de Mongolia, cómo los mongoles llaman a la región, en un estado policial.

Este conflicto se enmarca es una de las tantas consecuencias de la “Política Étnica de Segunda Generación”, impulsada por Xi Jinping, que busca integrar las 56 etnias autónomas a la mayoría Han. Se intenta crear una China monocultural, donde la homogeneización genera oportunidades económicas, pero también evita la aparición de movimientos separatistas. Este último punto, justamente, ha llevado a las masivas detenciones de Uigures, la minoría musulmana en Sinkiang. En otras palabras, el conflicto es parte de la larga lista de violaciones de la autonomía étnica, la diversidad cultural y los derechos humanos por parte de China.

Lo interesante, aunque no sorpresivo, es la falta de reacción internacional. Particularmente irónico es el silencio de los primeros países que deberían defender a estas poblaciones, uigures y mongoles. En julio, cuando la cuestión de los campos de re-educación para las minorías musulmanas en el oeste de China quedaron bajo el escrutinio de la sociedad civil internacional, los países musulmanes practicaron un ruidoso silencio. De hecho, Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, los Emiratos Árabes, Alergia y otros países musulmanes apoyaron una carta enviada por China hacia las Naciones Unidas justificando sus actos como lucha antiterrorista.

El silencio que hace ruido ahora es el de Mongolia. Esta misma semana Wang Yi, el ministro de relaciones exteriores chino, visitó Ulán Bator. Mientras las calles de la capital mongola eran copadas por protestas contra la visita, ambos oficiales dijeron en público que se debe respetar la soberanía y evitar entrometerse en los asuntos internos del otro.

Por otra parte, los grandes defensores de los derechos humanos también mantienen la cabeza baja. Se puede esperar que en algún tiempo el Congreso estadounidense se exprese al respecto. Este año tuvieron una posición más dura respecto al genocidio uigur y a la represión en Hong Kong. No obstante, el silencio también es la música favorita de los europeos, especialmente de Alemania, respecto a China.

¿Cuál es la conexión entre todos ellos? El silencio se compra. No es ninguna sorpresa. Lo hemos visto en sinfín de películas, y también en noticias, tanto domésticas como internacionales. Y China, particularmente, tiene mucha capacidad de compra. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) es uno de los programas de inversiones en infraestructura más ambiciosos de la historia, estimándose que podría alcanzar una inversión total de más de un billón de dólares hacia 2027. Cerca de 70 países, especialmente países en desarrollo de Asia, Medio Oriente, África y Europa del este, se benefician de esta iniciativa. Pero esta relación win-win, como los chinos suelen venderla, tiene sus costos. Para que China invierta bondadosamente no hay que hacerla enojar y, por lo tanto, no hay que denunciarla.

La economía de Mongolia, particularmente, depende casi completamente de China. Y los países musulmanes ven cada vez más oportunidades en el gigante asiático que se está convirtiendo en un actor fundamental en el Medio Oriente. Incluso Europa, con Alemania a la cabeza, puede ser comprado. La relación sino-alemana fue, desde los ochenta, un ida y vuelta de suaves criticas mientras florecían las inversiones alemanas en suelo chino. Siendo uno de sus principales socios comerciales, Beijing ha evitado caídas más profundas y facilitado recuperaciones más rápidas de Berlín, tanto en 2008 como ahora. Si bien este año la opinión pública europea en torno al poder asiático es más negativa, aún no se ven cambios drásticos a futuro en la postura del gobierno. El silencio, probablemente, siga estando por un buen rato.

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