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La heroica historia de tres hermanas gallegas que salvaron a más de 500 judíos del horror del nazismo

Durante la Segunda Guerra Mundial, en el pueblo de Ribadavia, provincia de Ourense, Lola, Amparo y Xulia Touza -junto a dos taxistas, un barquero y un intérprete- escondieron y llevaron hasta la frontera portuguesa a judíos que llegaban escapando de Hitler
La gran mayoría de los que habitamos el cono sur intuimos que quienes practican la fe judía y se afincaron en estas tierras provienen de Polonia, de Rusia, de Alemania, etc… Y todos conocemos, gracias al cine, la vida de Oskar Schindler. Menos conocida es la historia que sucedió en una ciudad de Galicia que mantiene vivo el espíritu del Sefaradí. Una importante localidad de Ourense que supo ser capital del Reino de Galicia, donde hubo en ella varias personas que arriesgaron sus vidas para salvar a los judíos durante el nazismo.

Por estos días de septiembre se está celebrando la fiesta del Rosh Hashaná (rosh ha-shanah, “cabeza del año”). Es el año nuevo, el cual está pautado en el libro del Levítico 23:24 “Di a los israelitas lo siguiente: el día primero del mes séptimo celebrarán ustedes un día de reposo y una reunión santa conmemorativa con toque de trompetas”. Y en este día se recuerda la jornada en el cual Dios creó al hombre. En las sinagogas sonará el Shofar (instrumento litúrgico realizado con cuerno de carnero) durante la plegaria. Y como toda celebración de un nuevo año, está repleta de rituales para augurar buenaventura en el tiempo por venir: la bendición del vino que se realiza en la segunda noche de Rosh Hashaná para simbolizar la gracia y la dicha de recibir un nuevo ciclo; la comida, esencial para las tradiciones de las naciones enmarcadas en la cuenca mediterránea, con platos dulces -preparados a base de manzanas, granada, miel, dátiles y frutos secos, simbolizando que sea un año lleno de dulzura y cosas buenas- y salados -diferentes verduras y hierbas, carne de pollo, pescado y cordero, y panes.- Estas festividades culminan el “Día del Perdón” o Yom Kipur. Es el día del arrepentimiento, considerado el día más santo y más solemne del año. Su tema central es la expiación de las faltas cometidas y la reconciliación del hombre con el Creador.

Estas grandes fiestas religiosas, en su momento. fueron muy celebradas en Galicia. Claro, la fiesta por antonomasia en Galicia es la del Apóstol Santiago (que dicho sea de paso, era judío), pero lo importante acá es entablar el nexo entre las festividades judías, una ciudad de Galicia y tres hermanas y otros que intervinieron en esta historia.
La ciudad en cuestión es la de Ribadavia, provincia de Ourense. “Ribadavia, tierra de vides y vinos del Ribeiro; / de historias de meigas y de “santas compañas” y del castillo de los Sarmiento; / de judíos expulsos y de judíos conversos y de judíos que continuaron con su credo / Ribadavia, que duermes recostada sobre los ríos Miño y Ávia; / que la protege desde su ermita la Virgen del Portal patrona del Ribeiro/ la cual sostiene sobre sus brazos el cuerpo de su Sagrado Hijo ya muerto.”

Fue, ese poblado, el centro más importante de los judíos gallegos. Prosperó en la ciudad una comunidad hebrea agrupada en torno a la denominada “Porta Nova”, atraída por posibilidades interesantes para sus negocios. La población judía alcanzó una gran densidad y se presume que tuvieron una relevancia notable en la exportación de la producción vitivinícola por sus contactos en el norte de Europa. Además de comerciantes, ejercieron oficios de artesanos como herreros, sastres, zapateros, etc. El Barrio Judío fue declarado monumento nacional y todavía conserva sus características del medioevo.

En el año 1386, los ingleses, bajo el mando del duque de Lancaster invadieron y saquearon Ribadavia Tras un largo y épico asedio donde los burgueses resistieron más que los caballeros, los ingleses ocuparon la villa durante nueve meses antes de ser vencidos. Los habitantes de la judería mostraron especial tenacidad en la defensa de las murallas de Magdalena y Porta Nova, aunque sus hogares fueron arrasados con particular desdén por parte de las tropas extranjeras.

En 1494, cuando los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de los territorios, algunos mantuvieron el culto judío en secreto, como muestra los famosos hechos de El Malsín (Definición de persona cizañera y soplona). Así se lo llamó a Xerónimo Bautista de Mena, quien denunció al Santo Oficio, en 1606, una lista con doscientas personas acusadas de seguir practicando la ley de Moisés a pesar de estar bautizados como cristianos. No dudó en entregar a su propia madre, Ana Méndez, y a sus hermanos y cuñados. En 1607 se practicaron la mayoría de detenciones, ya que muchos de los denunciados escaparon en 1606. Ese mismo año Xerónimo Bautista de Mena, el acusador, apareció asesinado en una calle de Ribadavia, sin que se llegara a conocer nunca a los culpables. En 1608 se celebró en Santiago un gran auto de fe con 28 acusados de Ribadavia que fueron quemados en la hoguera. En 1609 se celebró un nuevo auto con siete reos más procedentes de la villa. Sin embargo, al final, las investigaciones del Santo Oficio hicieron que las sospechas recayeran sobre el propio acusador. Se llegó a desenterrar su cuerpo y a quemar sus huesos por herejía en 1610.

Pasaron los años y los siglos y los judíos de Ribadavia fueron convirtiéndose al cristianismo. Los Sefaradíes ribadenses adoptaron el catolicismo romano como su fe, pero hubo varias cosas que no olvidaron: sus raíces judías, su lengua sefaradí (“el Ladino”), sus fiestas y sus comidas. El barrio judío de la ciudad permaneció y permanece tal cual era siglos pasados. En el centro está la plaza de la Magdalena, donde se ubica el edificio que albergó la sinagoga. Todo llevaba un ritmo tranquilo casi como las corrientes de sus ríos que besan sus orillas, la vida era interrumpida por fiestas y celebraciones. Los mayores cantaban canciones en Ladino que transmitían a los más jóvenes. El 4 de marzo de 1881, se inauguró la estación de ferrocarril de Ribadavia, paso importante de la vía férrea entre Vigo y Orense. Tendrá que ver en esta historia que homenajea a Lola, Amparo y Xulia, las hermanas Touza-Domínguez.

Antón Patiño Regueira en su libro póstumo, “Memoria de Ferro” (2005), habla por primera vez públicamente de las tres hermanas Touza-Domínguez. El penúltimo de esos microrelatos trata de la red establecida por las hermanas para salvar a los judíos que huían de la persecución nazi y constituye el primer testimonio del Holocausto judío escrito y publicado en gallego: “Regentaban el quiosco de la estación de ferrocarril de Ribadavia y allí despachaban melindres, rosquillas y pavías de Beade y Vieite. También licor café y vinos del Ribeiro de renombre que les servían para ahorrar en el día a día y mantener la casa porticada de la calle del juez Viñas número 2. Allí vivían y de allí salía la masa de harina de trigo con destino al horno de la misma calle. Llegaban después las viandas al quiosco de la estación para hacer coincidir su venta todavía caliente con el horario de salida o de llegada de los trenes. Lola había tenido un hijo de soltera que crió con el apoyo de sus hermanas. Siempre estuvieron muy unidas en el seno de una familia numerosa…”

Y continúa: “Los malos tiempos del ´36 (Nota: la Guerra Civil española) los pasaron con la pérdida de alguna amistad por el camino, pero, curados del desastre mayor, sintieron llegar otro de Europa. Era el de los judíos perseguidos que las hermanas Touza-Domínguez, Lola, Amparo y Xulia se comprometieron a salvaguardar juramentadas en una red de apoyo. Ellas eran las que desviaban hacia Portugal a todos aquellos que escapaban del gaseamiento y de la persecución cuando llegaban a Galicia. Lola Touza tejió una malla clandestina con el concurso de un familiar taxista Xosé Rocha Freixido y de Xavier Míguez, también taxista con parada en Ribadavia. Con la llegada de un tren previamente señalado, de noche o de día, Lola siempre atendía a los viajeros en situación de auxilio. Escondía a los huidos en su casa y les daba de comer y descanso con la complicidad familiar de sus hermanas. En el silencio de la noche apuraba la conducción hacia la frontera. En el auto de Rocha o el de Xavier se enfilaban por Reza, Paixón, Arnoia y Meréns, encomendandose a la suerte hasta llegar a una frontera donde acercar a los huidos. Eran años de hambre, pero Lola, Amparo y Xulia trasvasaban sin miedo a judíos y perseguidos que venían ya marcados y contactados desde Monforte. Los enlaces los conducían hasta ellas y hasta su quiosco de la estación corriendo siempre con los gastos de los coches y de los guías que esperaban en la frontera de Portugal. Lola murió el 26 de junio de 1966. Amparo descansó el 6 de febrero de 1981 y Xulia desapareció el 6 de junio de 1983. Juntas vivieron y juntas están enterradas en el cementerio de Ribadavia. Los bolsos de las hermanas Touza-Domínguez siempre tuvieron fondo para sacrificarse por la honra de sus antepasados y por la libertad de los desconocidos.” (Patiño 2005: 153- 156)

La historia de las hermanas Touza-Domínguez había permanecido en letargo durante largos años. Por un voto de silencio realizado por las propias hermanas. ¿Qué fue lo que movió al heroísmo de salvar la vida a más de 500 judíos? ¿Fue vivir en una ciudad con profundas raíces y tradiciones judías? Tal vez, pero indudablemente fue ser humanas por sobre todas las cosas.

El pequeño quiosco de la estación de Ribadavia servía de escondite, así como su casa, en la cual había construido un sótano que estaba disimulado bajo un falso suelo, de unos 20 metros cuadrados excavado bajo tierra y acomodado debidamente para que las penalidades se mitigaran. Ahí guarecidos, comían los refugiados con lo que ellas podían proveer. Esos lugares eran un arca de salvación inesperada. Pero ellas no solo escondían a la gente y les daban de comer, sino que al cruzar a la frontera les entregaban algo de dinero para que puedan moverse en Portugal. Así lo testifica uno de los sobrevivientes, que entregó la moneda de plata que Lola Touza le había dado al nieto de esta, Julio.

La Gestapo llegó a visitar Ribadavia varias veces, sólo para navegar en el silencio. Nadie sabía nada, nunca ocurría nada, nunca pasaba nada en Ribadavia solo el pequeño murmullo de la cotidianeidad. Entre 1941 y 1945 fueron más de cuatro las inspecciones, pero nada… los ribadenses actuaban como los muros de un convento: cerrados a cal y canto. Hasta la Guardia Civil de Franco ignoraba actividad ilícita alguna. Pero todos los refugiados sabían de “Las Madres”, tal era el nombre de batalla de las hermanas

Pero la red no se limitaba solo a las hermanas Touza-Domínguez, además estaba Ramón Estévez “el barquero”; los dos taxistas: Xavier Míguez y Xosé Rocha Freixido -más arriba mencionados- y un intérprete improvisado, Ricardo Pérez. La red era muy pequeña y curiosamente guardaron el secreto. ¿Pero por qué ese gesto de heroísmo fue escondido tras un hermetismo absoluto? Antón Patiño, el autor del Libro, siempre fue conocedor de la trama, pero había hecho un juramento a Lola en 1964 para no publicarla hasta que hubiesen muerto todos los colaboradores.

El periodista Diego Carcedo, en su segundo libro sobre la actuación de los españoles que se enfrentaron al Holocausto, dedica un capítulo a las hermanas Touza. Él señala justamente el riesgo que corrían y nos relata:

“…Gracias a la personalidad persuasiva de Lola, todos ellos se prestaron sin reservas a ayudar y a asumir los riesgos que implicaba transportar extranjeros hasta la frontera. Su preocupación aumentó cuando corrió el rumor de que miembros de la Gestapo llegaban de vez en cuando y husmeaban por el pueblo en busca de sospechosos, prueba de que tenían indicios de que algo se tramaba por allí. Pero en tres años no consiguieron detener a ninguno ni identificar a quienes los protegían. Intentaban pasar inadvertidos. Solo les faltaba hablar gallego. Pero se les olía a la legua -recuerda un viejo contertulio del casino–. Aquí nos conocíamos todos. Nadie delató a nadie. Si alguien sabía alguna cosa, lo calló’. (Carcedo 2011: 161)

Es verdad, toda la ciudad lo sabía, pero el pacto de silencio parece que se había fraguado con sangre en cada uno de los ciudadanos de esa comarca. Aún en presencia de la Gestapo o de la Guardia Civil, nadie decía nada. Ante cualquier pregunta, solo encontraban el silencio, como si quien preguntara algo sobre “las Madres” lo estuvieran haciendo en chino. La casa de las Hermanas Touza-Domínguez está ubicada a metros de la Plaza Mayor y frente al costado del palacio municipal, es decir que es de “Familia Noble y principal”, según los cánones antiguos. Mientras más cerca del centro, más principales sus moradores. A ojos vista de todos. Parece que la horrible traición del “El Maslin” Xerónimo Bautista de Mena, que hiciera siglos atrás al Santo Oficio, todavía causaba repulsión a los habitantes de esa comarca.

Terminó la guerra y cada cual volvió a lo suyo. España estaba bajo la dictadura de Franco, Las hermanas siguieron su vida como si nada, como si nunca hubiera ocurrido lo que ocurrió, al igual que el barquero, el intérprete y los taxistas. Poco a poco todos fueron muriendo. Y ahí, liberado del voto de silencio, se dio a conocer la historia.

Permítaseme una disquisición personal, tan solo para descubrir qué profundo era el pacto de silencio. Quien escribe estas líneas hunde parte de sus raíces en esa tierra de Ribadavia. Casi todos los ribadavences descendemos de los judíos. Mi madre y mis abuelos, y toda mi familia materna vivían y viven aún allí; en lo que era la Judería de Ribadavia, en la calle de la “Puerta nueva de arriba”. Mis abuelos y mis tíos abuelos, al venir a Argentina, formaron un coro: “Morriña” (en total eran 8 hermanos y hermanas, todos casados en Ribadavia, ¡¡ menudo conjunto coral formaron!!) Cantaban canciones en Ladino además de las canciones del folclore gallego y que tuve la dicha de escuchar cuando pequeño para las fiesta de Navidad, año nuevo o para el 8 de septiembre a celebrar a la Santa Patrona, la Virgen del Portal, en la cual todo la familia se reunía en la “casa grande” de la ciudad de Gral. San Martín. Toda la familia sabía la historia de las hermanas Touza, pero lo más extraño es que mi madre, junto con mis tíos abuelos que quedaban aún con vida, la contaron en la cena de fin de año de 1986; mis abuelos ya habían fallecido. Es como si el juramento de silencio perduró de generación en generación y allende los mares para proteger a las Tuoza- Domínguez, a Miguez, a Freixido, a Estévez y a Pérez. Hasta que el último de ellos muriera. ¿Habrá sido casualidad que la historia fuera narrada luego de la muerte de la última de las hermanas? Puede ser… Por cuestiones de la vida, tuve que volver a Ribadavia varias veces y todo lo que me habían contado era cierto. Solo faltaba el quiosco en la estación.

En septiembre de 2008, el Ayuntamiento de Ribadavia instaló una placa en homenaje donde una vez fue su domicilio natal: “A las tres hermanas Lola, Amparo y Julia Touza. Luchadoras por la Libertad”. Ese mismo año, el Centro Peres por la Paz plantó en Jerusalén un árbol, con el nombre de Lola Touza, que recuerda su labor. También se escribieron obras de teatro que recuerdan los hechos, como “Las Touza” en México o la novela de Emilio Ruiz Barrachina “Estación Libertad”. Y este año, el 8 de marzo, Día internacional de la Mujer, se colocó otra placa en la casa de las Touza.

Ellas permanecieron toda su vida en el anonimato. No buscaban fama. Solo cumplir el deber de salvar personas, lo que quizás algún mandato ancestral grabado en las piedras de la ciudad de Ribadavia les empujaba a realizar. Y con ellas los taxistas, el intérprete y el barquero… Corrían por su sangre el lamento del judío expulsado por la intolerancia o el haber tenido que abrazar una fe para poder sobrevivir. Ninguna de ellas era practicante del Judaísmo, pero su ciudad y su fe fundían sus cimientos en la fe de Abraham, de Isaac y de Jacob, la fe de nuestros padres. Ojalá pronto estas personas sean reconocidas por el estado de Israel y sus nombres sean inscritos en el “Muro de Honor del Jardín de los Justos” en Jerusalén. Lo merecen indiscutiblemente, porque mientras en otros lugares de Europa el tren arrastraba vagones hacia la muerte, en la estación de Ribadavia subían a él personas con esperanzas de vida.

Por Gerardo Di Fazio/ Infobae

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