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Perashat Mishpatim: Había una vez un burro

Su dueño ponía cargas pesadas en su lomo, artículos y frutos para llevar al mercado. Pero el burro se quedaba parado ahí, masticando pasto.

Un hombre pasó y le dijo al dueño del burro: “¡Qué animal obstinado!
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Golpéalo con tu azote.” Pero el burro solo hundió sus talones más profundamente en la tierra y se rehusó a moverse.

Otro hombre pasó y le dijo al dueño: “Tu bestia necesita que le enseñen su propósito. Su carga es demasiado liviana, piensa que todo lo que se requiere de él es que coma su pasto.” Entonces trajo más platos y cacerolas y repollos y libros para aumentar la carga del burro. El peso aumentó y aumentó hasta que el burro colapsó.

Un tercer hombre llegó y dijo: “¿Quién necesita a ese tonto animal? Estás mucho mejor sin él. Todas esas cosas en su lomo son totalmente inútiles, incluso, para los hombres de espíritu.
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Abandona a tu bestia y su carga y sígueme a mí, yo te mostraré la entrada al cielo.”

El dueño del burro todavía vacilaba. Le gustaba su burro. También le gustaban sus platos y sus cacerolas, sus repollos y sus libros. ¿Quizás los podría cargar él mismo? Pero sabía que no lo podía hacer solo. Un cuarto maestro apareció en escena. “No golpees a tu bestia,” le dijo al dueño del burro. “No lo sobrecargues y no lo abandones. Ayúdalo.”

“¿Ayudarlo?”, preguntó el hombre.

“Ayúdalo a llevar su carga. Muéstrale que su peso es un peso compartido, que no es sólo el haciendo el esfuerzo y tú recogiendo los beneficios, sino que es un proyecto en común en el que ambos trabajan y ambos se benefician. Cuando lo consideres un socio en vez de un esclavo, tu bestia se transformará. Su obstinación se convertirá en resistencia, su fortaleza se tornará de una fuerza de oposición a una fuerza de transporte.”

El hombre le puso su hombro a la carga del burro. La bestia se levantó del piso y tensó sus músculos; el hombre, también, se levantó y se esforzó. Juntos transportaron su mercadería al mercado.

El Rabí Israel Baal Shem Tov (1698-1760) vivió en una época de conflicto entre el cuerpo y el alma.

Era una época de toscos y ascetas. Los “toscos” eran en realidad personas inteligentes y sensibles, pero ampliamente ignorantes. La pobreza y la persecución conspiraron para disminuir su educación abruptamente y consignarlos al taller o al campo de sol a sol. Eran un sector deprimido, porque era comúnmente aceptado que una vida ocupada en asuntos materiales no era una vida digna de vivirse.

Los ascetas eran la comunidad de élite: hombres que pasaban sus días y noches estudiando el Talmud y analizando minuciosamente textos cabalísticos. Ayunaban frecuentemente, evitaban los placeres corporales y renegaban de toda ocupación con asuntos mundanos, porque generalmente se entendía que el cuerpo era el enemigo del alma.

El alma se libraba alegremente del insípido animal con el cual había sido forzada a unirse. Pero tenía un problema. Para servir a D-os apropiadamente, el alma necesitaba cumplir con “mitzvot”, mandamientos Divinos. Y necesitaba al cuerpo para cumplirlas. Necesitaba un cuerpo para atarse tefilín en su brazo y cabeza; necesitaba un cuerpo para comer matzá en Pésaj; incluso necesitaba un cuerpo para estudiar y rezar. El cuerpo, sin embargo, era una bestia tosca y obstinada, y prefería masticar torta y pickles a llevar la carga del alma.

De manera que el cuerpo y el alma permanecían atrapados en un matrimonio de mutua dependencia, enemistad y desdén. Los ascetas intentaron desnutrir y golpear a su cuerpo hasta la sumisión, y aumentar su carga en la esperanza de que finalmente entendiera el mensaje. Las personas comunes siguieron caminando con dificultad. La carga del alma era demasiado para que un cuerpo la cargue por si solo, y muchos cuerpos colapsaron en el camino.

Entonces llegó el Baal Shem Tov y dijo: “No golpeen a su animal. No lo sobrecarguen y no lo abandonen. Ayúdenlo.”

“¿Ayudarlo?”, preguntaron las masas deprimidas.

“¿Ayudar a la bestia?”, preguntaron los santos ascetas.

“Ayuden a la bestia,” enseñó el maestro jasídico. “El problema es que el cuerpo está cargando el peso del alma. Pero las mitzvot de D-os son tanto para el cuerpo como para el alma; ¡es tanto la mercadería del cuerpo como del alma! Las Mitzvot refinan el cuerpo, lo elevan, dándole propósito a su existencia. Una Mitzvá es una acción bilateral, ejecutada por una persona, por un alma y cuerpo unidos para actuar en unísono. El alma asciende a sus alturas espirituales y se conecta con D-os; el cuerpo perfora hasta la esencia de su ser y se conecta con D-os.

“Cuando el alma considera al cuerpo un aliado en vez de un enemigo; cuando el alma nutre e inspira al cuerpo en lugar de golpearlo; cuando el cuerpo siente que las Mitzvot son su propia carga y no sólo del alma, la fortaleza animal deja de resistir la carga y utiliza su poder para transportarla.”

El Baal Shem Tov solía citar el siguiente pasaje de la Torá:

“Si ves el burro de tu enemigo caído bajo su carga y te sientes inclinado a negarte ayudarlo; sin duda lo ayudarás con él.” (Éxodo 23:5)

Este pasaje es de la lectura de la Torá de Mishpatim, que registra muchas de las leyes que gobiernan el comportamiento civil apropiado y caritativo entre individuos. El significado básico del versículo se refiere a una persona que ve un burro sobrecargado colapsando en el camino y piensa ignorar la escena dado que nunca le cayó bien el dueño del burro. A él la Torá le dice: a pesar de que este es el burro de tu enemigo, debes ayudarlo. Pero, como todo en la Torá, hay un significado más profundo también, un significado que pertenece a nuestra vida interior.

Y así es como el Baal Shem Tov interpretó el versículo:

“Cuando veas al burro…” – Cuando mires a tu cuerpo (la palabra hebrea para burro, jamor, también significa “arcilla” (jaimor) y materialidad (jomer)) y lo percibas como,

“tu enemigo” – dado que tu alma anhela la Divinidad y espiritualidad, y tu cuerpo dificulta y obstruye sus esfuerzos,

“caído bajo su carga” – la Torá y las Mitzvot, que en verdad son su (del cuerpo) carga también, dadas a él por D-os para refinarlo y elevarlo; pero el cuerpo no la reconoce como suya, y la rechaza. Cuando mires todo esto, se te puede ocurrir,

“negarte a ayudarlo” – puedes pensar elegir el camino de la mortificación de la carne para quebrar la tosca materialidad del cuerpo. Sin embargo, en este enfoque no residirá la luz de la Torá. Sino,

“sin duda lo ayudarás con él” – nutre el cuerpo, inspíralo, refínalo y elévalo, para que el cuerpo y el alma se complementen, se satisfagan y se ayuden uno al otro a cargar su “mercadería” al mercado.

Fuente: eschabad.org

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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