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La Corriente Mesiánica

Constantinopla, Salónica y Esmirna constituyeron los puertos más importantes al este del Mar Mediterráneo, y se convirtieron en ejes del comercio internacional que mantenían vínculos comerciales con Venecia, Amsterdam, Hamburgo y otros centros europeos. Residentes judíos en el imperio manejaban el comercio con el Levante y se transformaron en el nexo entre las comunidades judías de oriente y occidente. Con la conquista otomana de la Tierra de Israel en 1517, se establecieron nuevos asentamientos judíos en la tierra ancestral y también se difundió el interés por el estudio de la Cabalá, que desde el siglo XIV se había extendido con fuerza en España y Francia. Esta doctrina reservada y oculta se transmitía secretamente entre pequeños círculos de iniciados en la disciplina.
El periplo de la difusión de la Cabalá es sumamente interesante y misterioso. Los estudiosos en el tema consideran que las primeras ideas cabalísticas partieron desde la lejana Babilonia hacia Europa a través de Italia, Provenza, Francia y luego se afincaron en España en los siglos XII y XIII, donde se desarrollaron y convirtieron a la ciudad de Gerona en el centro más destacado. Al comienzo la Cabalá se transmitió en forma oral, como es habitual en las doctrinas que se enseñan únicamente con carácter esotérico. Pero en la segunda mitad del siglo XIII, los eruditos en el tema decidieron exponer sus ideas por escrito. Ya en el siglo XIV circularon en los ámbitos cabalísticos españoles copias de un misterioso comentario de la Torá en idioma arameo que recibió el nombre de “Zohar” (resplandor). Era un texto que contenía una “Agadá Midráshica” que recogía comentarios y conversaciones místicas de Rabi Shimon Bar Iojai y otros “tanaítas” del siglo II. Con el tiempo el texto fue evolucionando y entre otros conceptos llegó a ser una fuerte herramienta contra el racionalismo, al afirmar el “Zohar” que las verdades de la Torá pueden revelarse no por el camino de la razón, sino por la intuición o por la “ciencia secreta” de la Cabalá. Dice el texto que la Torá es sólo el envoltorio exterior del pensamiento de Dios, ya que el núcleo se halla escondido de los ojos de la multitud y sólo los elegidos pueden alcanzarlo.
El desarrollo de la mística judía está íntimamente ligado a la corriente mesiánica. En tiempos de persecución e incertidumbre muchos judíos intentaron interpretar los trágicos sucesos como señales de salvación y del restablecimiento del pueblo judío en la Tierra de Israel. En 1524 apareció en Venecia un aventurero llamado David que decía ser hermano del rey de la tribu de Reubén y se hacía llamar David Reubeni. Su llegada despertó esperanzas redentoras entre los conversos. Uno de ellos, un joven notario real, Diego Pires, se circuncidó y comenzó a profesar libremente su judaísmo cambiando su nombre por el de Shlomó Moljo, quien huyó a Turquía, emigró a Israel, y comenzó a difundir una especie de propaganda mesiánica en torno a su propia persona, con un innegable poder carismático. A Reubeni y a Moljo, el rey Carlos V los hizo arrestar; a Moljo lo envió a Italia donde la Inquisición lo juzgó y murió en la pira de Mantua y Reubeni pereció en un Auto de Fe en la Península Ibérica.
Las continuas persecuciones y expulsiones alentaban las esperanzas mesiánicas. Estos sufrimientos eran interpretados como “dolores de parto” previos a la llegada del Mesías; eran entendidos como “los anuncios del Ungido que se nos acerca y nos trae la bendición al borde del sepulcro”. Después de las terribles catástrofes de Ucrania y Polonia, comenzaría en Turquía, la tierra del renacimiento judío, un movimiento mesiánico que conmovería al mundo judío: la nueva esperanza redentora se llamará Shabetai Tzvi.

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