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Golda, la película

“Golda” (2023) fue estrenada un escaso mes y medio antes del pogromo del 7 de octubre en la frontera de Israel con la Franja de Gaza. Quien vio la película antes de esa fecha, vio una película; quienes la vimos luego, vimos otra película. Quienes la vimos anoche por segunda vez, vimos una tercera película.
Más allá que la película sea buena o mala (Helen Mirren es extraordinaria), cumple la función artística acuñada por el semiólogo ruso Roman Jakobson: es ambigua (en algunos casos en forma irrelevante) y auto-reflexiva; vale decir, nos hace pensar sobre nosotros mismos. La coincidencia fatal de su estreno con los hechos del 7 de octubre pasado en adelante es una fatalidad imprevista, pero refuerza los requisitos de Jakobson para una obra de arte.
Sin embargo, la película no es una obra de arte en el sentido coloquial de la expresión; más bien, es un trabajo artesanal, una reconstrucción histórica, un guion que, excepto por alguna licencia artística e irrelevante, dictado por la documentación sobre la Guerra de Iom Kipur. El libro de Matti Friedman “Who by Fire”, sobre Leonard Cohen en Sinai, publicado también poco antes del pasado Iom Kipur y por lo tanto del pogromo del 7 de octubre, es mucho mejor arte. Muy recomendable lectura.
A los efectos actuales, en el contexto de la guerra en curso en los arenales y laberintos de Gaza, la película tiene algunos hallazgos y valores notables y otros no tanto, dados por el lenguaje cinematográfico y sus recursos. La actuación de la Mirren y su composición estética e interior del personaje, independientemente de la película, están más bien al servicio del mito “Golda”.
Vayamos a lo cinematográfico.
Prima la oscuridad: todo es interior, claroscuro, sombrío; cuando Golda quiere reflexionar, se asoma a la luz en la azotea. Cuando tiene sus sesiones de radioterapia, atraviesa una morgue que progresivamente se va llenando de cadáveres identificados con tarjetas atadas al pulgar del pie izquierdo del muerto. Los estorninos que ve volar libres y en formación van rumbo a su muerte; la alfombra de pájaros muertos en su luminoso camino hacia el “triunfo” lo confirma; la asociación con los soldados es tan obvia que roza la subestimación del espectador.
Por otra lado, las batallas son remotas, los personajes reales caricaturescos (Dayan, Sharon); el mítico Moshe Dayan es ridiculizado. Kissinger es una caricatura más respetuosa, y la mecanógrafa doliente es la única, sin ser la propia Golda y su secretaria personal (personaje descolgado si los hay), que le da una dimensión personal y profunda a su personaje. El uso de los recursos documentales, sea en la brevísima introducción histórica hasta 1973 o en el epílogo en 1978, son esquemáticos, trillados, forzados. En “Forrest Gump” funcionaron al servicio del proyecto, en este caso son un mero apéndice.
Vayamos a la actualidad.
“Golda” nos interpela en la ficción sobre lo que hoy nos interpela en la realidad: el pecado de hubris, concepto griego del cual los judíos no somos excepción. ¿Qué es el poder, cómo y cuándo se usa? El ataque preventivo que llevó al ya mítico triunfo de 1967 está cuestionado sin ambages; sin ambigüedad, al mismo tiempo, está descartado el uso de los recursos nucleares de Israel. Está cuestionada la infalibilidad del Ejército de Defensa de Israel: todos sabían, pero nadie actuó. Ni en 1973 ni en 2023.
La amenaza existencial: Golda nombra tanto Tel-Aviv como las puertas de Jerusalém como metas de Sadat; si el 7 de octubre hubiera ocurrido desde Samaria, el pogromo hubiera sido en Kfar Saba en lugar de Sderot. Probablemente 1973 fue más existencial que 2023, pero esta última es una versión civil de aquella, y por lo tanto, más devastadora, sin contar las bajas militares. En 1973 nadie hablaba de niños en juego; en 2023 han sido las víctimas más frágiles y simbólicas.
En suma: si vio “Golda” antes del 7 de octubre pasado, véala nuevamente. Si no la vio, véala. En ambos casos, es una buena forma de iniciar una conversación seria y responsable sobre nuestro derecho a existir como estado soberano en aquel vecindario. Sin slogans nacionalistas ni desprecio hacia los vecinos; menospreciar al otro no es un valor judío, porque esclavos fuimos en la tierra de Egipto; pero no deja de ser tentador. “Golda” nos quita las ganas de seguir ese camino.
Por último, debo reconocer que la película hace buen uso de la famosa frase atribuida a Golda, “la paz llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odien a nosotros”. Bueno Golda, todavía nos odian y “la paz” ha sido nuevamente empujada más allá del horizonte. Mientras tanto, habrá que volver a conformarse con armisticios. Sí, ahora con los palestinos; porque ellos se han apoderado más que de un nombre, se han apoderado de nuestro relato.

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