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Días de arte, falafel y religión: el Israel más multicultural se encuentra en Haifa

Hay tres cosas que captan la atención en cuanto uno pone sus pies en Haifa.

Una: la orografía de la ciudad, que se eleva sobre el Monte Carmelo, de 546 metros de altura, para desparramarse después colina abajo hasta casi volcar, literalmente, en el Mediterráneo.

Dos: la mezcla inusual de culturas, que queda plasmada en sus calles a través de un juego de arquitecturas y barrios en perfecta sintonía: junto a antiguas iglesias se elevan los minaretes de las mezquitas o se atisban pequeñas señales que indican que ahí, tras aquella esquina, se esconde una sinagoga. A esto hay que sumar la convivencia pacífica con otros grupos como drusos, etíopes o cristianos ortodoxos: la mezcla es apasionante.

Y tres: más religión. El imponente Jardín Baha´i, dueño y señor del espacio, que con sus zonas verdes repartidas en 19 terrazas gobiernan la postal urbana de Haifa dotándola de todo esplendor posible.

Es justo donde estos acaban –o empiezan, según se mire-, a nivel del mar, donde arranca la avenida Ben Gurion, espina dorsal del barrio bajo de la ciudad y epicentro de gran parte de la vida social. Hasta él donde nos vamos decididos a comenzar a tomarle el pulso a la que es, por cierto, la tercera ciudad más importante de Israel.

LA COLONIA ALEMANA ES GASTRO

Visitar Haifa significa obligatoriamente visitar este pedacito de Alemania traída a Oriente Próximo. Porque sí: mientras se camina por su avenida principal, lo que se siente es que a uno le ha montado en un avión y se lo han llevado a cualquier pueblo tradicional germano. Esto, como todo, tiene su explicación.

Resulta que en 1869 arribó a estos lares toda una colonia de alemanes cristianos protestantes pertenecientes a la Sociedad del Templo –templarios, sí, pero nada que ver con los caballeros-. Se asentaron en la zona y construyeron una serie de edificios -casas en su mayoría- en piedra color miel, cada una de ellas cubierta por tejas coloradas y con una inscripción en alemán de una cita bíblica sobre la puerta.

Cuando los británicos llegaron en 1939 les expulsaron, pero el barrio quedó intacto, tal y como ha llegado hasta nuestros días, ahora convertido en una zona repleta de ambiente, de restaurantes y de coquetas cafeterías.

Habrá que visitar la zona, pasearla relajadamente, sentir y vivir el alma que se respira en ella y, por supuesto, sentarse en alguno de sus restaurantes a catar la oferta gastronómica. Acabamos de arrancar, sí, pero esta oportunidad no la podemos desaprovechar.

Una buena opción es Fattoush, un restaurante-galería de decoración boho-chic en cuya terraza, y entre árboles centenarios y decenas de plantas, asoman estilosas sombrillas, mesas y butacas de lo más cuquis. En el interior, ambiente relajado y con ganas de disfrutar la vida: nos pedimos un kebab de cordero y una ensalada de quinoa, sabores de aquí y de allá en el plato.

Antes de salir, nos podemos evitar fijarnos en un cartel junto a la puerta: “Aquí son bienvenidos todos los colores, todas las edades, todas las culturas, todos los sexos y religiones…”. Vaya, qué bien descrita y resumida ha quedado la idiosincrasia de los habitantes de esta ciudad.

Desde este punto la avenida Ben Gurion continúa hasta alcanzar el mar, y por consiguiente, el puerto, el más grande y activo de todo Israel. Darse un paseo por la zona, repleta de comercios de todo tipo, siempre será una buena idea.

 

JARDINES TROPICALES EN LOS QUE RENDIR CULTO

Deshacemos nuestros pasos y nos vamos directos al gran reclamo de la ciudad: los Jardines Bahá’is dominan Haifa en forma de una maravillosa cascada verde.

Declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2008, se trata de uno de los dos lugares más sagrados para los miembros de la religión Baha´i: aquí, en el mausoleo abovedado, descansan los restos del Bab, predecesor de Baha´ullah, el principal profeta. Antes de ser ejecutado en Persia, el Báb fue encerrado en celdas oscuras, de ahí la suntuosidad de las zonas verdes y la luz que desprende el lugar, que intenta ayudarle a recuperar aquello que perdió durante tanto tiempo.

La visita, que es completamente gratuita, pasa por terrazas repletas de plantas, cactus y flores que miran a la ciudad desde las alturas y regalan las más hermosas panorámicas. Fue el arquitecto canadiense Fariborz Sahba el encargado de su diseño, mientras que del santuario, que combina estilos de oriente y occidente, se ocupó el canadiense William Sutherland Maxwell.

Un detalle más: en el templo no se celebran oficios religiosos ni ceremonias. Se trata de un lugar dedicado, únicamente, a la meditación y a la oración.

 

WADI NISNAS, DONDE SE PALPA LA VIDA

Con el espíritu en calma y sumidos en una inmensa relajación, regresamos a la vida real, esa que se apodera de las calles de Haifa en cuanto aterrizamos en el barrio de Wadi Nisnas.

El caos aquí lo pone el tráfico, los cláxones y el barullo de aquellos que van de un lado a otro cargados de bolsas en sus manos. Aquí se palpa la esencia de Oriente Medio, entre sus bazares, sus puestos de comida callejera y sus estrechas callejuelas. En su día fue un barrio obrero árabe, hasta que en la guerra árabe-israelí de 1948 muchos marcharon. Wadi Nisnas acogió a los 3 mil palestinos que decidieron quedarse.

Sorteamos a niños que juegan en plena calle, nos sorprendemos ante los gritos de los comerciantes, y sucumbimos al olor que sale de aquel pequeño negocio de cuyo letrero en árabe tan solo entendemos una palabra: falafel. Pues allá que vamos.

Efectivamente, Alif nos atiende con una enorme sonrisa desde el otro lado de la barra de HaZkenim Falafel, alegre de que le visitemos en su pequeño bar. La especialidad de la casa –y prácticamente única oferta, además de unas exquisitas pitas- son esas croquetas a base de garbanzos o habas tan tradicionales y típicas en este lado del mundo.

Nos invita a sentarnos en la barra y, tras servirnos los que nos aseguran son los mejores falafel de todo Israel –su receta lleva asegurando el éxito del negocio desde 1950-, nos pregunta por nuestra vida entre risas y bromas. “Estáis de suerte”, nos cuenta: “normalmente hay bastante cola para entrar”.

Sin salir del Wadi Nisnas, decidimos hacer una visita al Museo de Arte de Haifa, que cuenta con exposiciones temporales de arte moderno de artistas locales. Sin embargo, el arte que de verdad nos sorprende es el que contemplamos de camino: las calles y edificios del barrio están poblados de muestras de arte urbano. Artistas tanto palestinos como judíos han ido dejando su impronta con murales y grafitis en los que se anuncia y se denuncia. El paseo nos parece maravilloso.

TOMANDO CAFÉ EN HADAR

Más comercios y más restaurantes dan forma a otro de los barrios de la ciudad que concentra gran parte de la actividad diaria: aquí los vecinos de Haifa viven, compran, comen y se visten. Todo en uno.

Pero también reflexionan sobre su futuro y sobre lo que quieren de él: existe una tendencia cada vez más vigente y visible a que Haifa se convierta en una ciudad libre, fuera de los prejuicios y estándares culturales a los que nos tiene acostumbrados, en gran parte, el resto del país. Y, como ya hemos deducido a estas alturas, lo están consiguiendo.

Mucho de ese movimiento se cuece en las calles de Hadar, en cafés como el Elika Art Café, donde se reúne a diario gran parte del germen cultural de la ciudad israelí. Lo más curioso es que mucha culpa de esto –en el sentido positivo, por supuesto- la tiene la comunidad árabe, que conforma el 10% de la población de Haifa y que cada vez huye más de aquel conservadurismo tan presuntamente arraigado a la religión musulmana: apoya la libertad de pensamiento, de lenguaje, de religión y de tendencias sexuales.

Créenos: estas son suficientes excusas para darnos una vuelta por Hadar, pero si queremos más, lo encontraremos: el Madatech, el Museo Nacional de Ciencia, Tecnología y Espacio, cuenta con impresionantes exposiciones para acercar la ciencia a todos.

 

Y AÚN HAY MÁS…

Si las vistas desde los Jardines de Bahi´a nos habían embaucado, pero las queremos aún mejores, solo tendremos que bajar hasta el paseo marítimo para tomar el teleférico que lleva hasta el Monasterio Carmelita Stella Maris, en una ladera del Monte Carmelo: el lugar donde ese establecieron los cristianos durante la era de los cruzados. Aquí se erigió en 1836 este templo construido en mármol, un lugar de lo más inspirador para todos los creyentes.

Un poco más arriba, en la montaña, otro lugar emblemático: la Cueva de Elías, una gruta de 14 metros considerada lugar sagrado para las tres religiones imperantes, y donde se cree que se refugió el profeta durante un viaje por el desierto.

El ambiente en su interior es de lo más místico: mientras los fieles entonan sus oraciones contra las paredes de la cueva, a nosotros no nos queda más que contemplar, una vez más, las vistas de la ciudad desde las alturas. Un rincón de Israel que viene pisando fuerte, sí, pero marcando ejemplo. Ojalá le sigan otros muchos.

Fuente: Traveler

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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