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“La gente nos pedía perdón porque tenía miedo”

“Nací y viví prácticamente en el centro de Berlín, una ciudad que era el centro mundial de la cultura, con muchas casas de óperas y teatros y la pasaba muy bien. Yo tenía un abono en el zoológico y me conocía a muchos de los animales por su nombre, me encontraba con mis amigos para jugar, hasta que un día llegamos y había un cartel que decía “prohibida la entrada a perros y judíos. A mi se me cayó todo porque era mi segundo hogar”, comenzó relatando Max.

“Fue una época en la que les hacía muchas preguntas a mis padres. ¿Por qué hay bancos pintados de amarillos en los parques? “Son para nosotros, en los verdes está prohibido”, me respondían. Las fiambrerías no podían venderle lácteos ni huevos a los judíos, y a la noche venía la gente pidiendo perdón porque no podían saludarnos de día porque tenían miedo y nos traían un huevo o un pedazo de queso”, continuó.

Consultado sobre la misma noche en la que sucedió la Kristallnacht, Giesen detalló: “De esa noche me acuerdo bien, a pesar de los 80 años que pasaron. Hacía mucho frío, nevaba y mi padre me dijo de ir a dar un paseo. A esa hora estaba oscuro y nos fuimos caminando. Fue una sensación muy extraña porque, aparte de pisar nieve, pisaba vidrios rotos de vidrieras que tenían pintado “Jude” en rojo. Nos acercamos a un incendio y había mucha gente mirando, algunos aplaudiendo, otros en silencio. Se estaba incendiando la sinagoga a donde íbamos siempre. A cada lado había un camión de bomberos, pero solo para que las llamas no se propagaran a las viviendas linderas. Durante mucho tiempo me pregunté por qué mi padre me llevó a ver eso, y con el paso del tiempo me di cuenta”.

Por último explicó la suerte que tuvo su familia para poder escapar y sus siguientes visitas a Berlín: “Nos faltaba un sello de la policía y a mi padre lo sacaban corriendo siempre con el mismo resultado negativo. Un día me pidió que lo acompañe y un empleado policial lo reconoció porque habían estado juntos en la guerra y mi padre le compartía alimentos que recibía, porque su compañero no tenía comida. ¿Qué precisas?, le preguntó. “Vengo a buscar el sello en el pasaporte para poder salir”, dijo mi padre. El hombre se fue y volvió y le dijo “acá están. Desaparecé de acá y no vuelvas nunca más”.

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Muchos años después volví a Berlin en varias oportunidades.

La primera vez con cierta curiosidad de cómo me iba a sentir.

Había gente que dándose cuenta de mi origen, me pedían perdón y decían que yo no tenía culpa de nada. Yo siempre distinguí una cosa, que es la gente y la cultura, y otra el régimen. Ahora se dice que Alemania es el aliado más confiable para nosotros. Increíble”.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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