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El milagro israelí: Los 70 años de la única democracia de la región

Cuando el jefe del gobierno provisional israelí, David Ben Gurión, proclamó el 14 de mayo de 1948 el “derecho natural del pueblo judío de ser dueño de su propio destino, como las demás naciones, en el seno de un Estado soberano propio”, pocos se atrevían a aventurar cuál sería el futuro de ese diminuto país enclavado en un territorio árido y rodeado de vecinos hostiles que le negaban el derecho a su existencia. A lo largo de estas siete décadas, el Estado de Israel se consolidó como la única democracia de Medio Oriente y logró garantizar elevados estándares de vida a su población, lo que le ha permitido ubicarse en el 19.° puesto, entre 188 países, en el Índice de Desarrollo Humano elaborado por Naciones Unidas.

LA EXPERIENCIA PIONERA DE LOS KIBUTZ

Un capítulo en la constitución del futuro Estado de Israel fue el impulso dado por el movimiento de los kibutz. La conformación de los kibutz, granjas colectivas de inspiración socialista pobladas por colonos que escapaban de las persecuciones y de los pogromos de Europa del Este, tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XX. Tal como explica el gobierno israelí en su opúsculo Una mirada sobre Israel, “el kibutz se creó como unidad socioeconómica, en la cual los bienes y medios de producción son de propiedad comunal, y las decisiones son tomadas por la asamblea general de los miembros”.

El primero de ellos, Degania, fue fundado en octubre de 1910 en las cercanías del lago Tiberíades, cuando el territorio de Galilea aún se encontraba bajo la dominación otomana. Para 1950 ya existían 214 kibutz, con una población estimada de 67.550 personas. A partir de la década del 80, al calor de las reformas liberalizadoras, estas granjas colectivas debieron reinventarse para poder subsistir en un mundo cada vez más competitivo y globalizado. En la actualidad, hay en el país un total de 273 kibutz, con alrededor de 106.000 habitantes. Si bien representan poco más del 1,2 % de la población israelí, en ellos se cultiva cerca de la mitad de las tierras agrícolas.

Los altos estándares del sistema educativo y la calidad de las escuelas, universidades e institutos de investigación constituyen otro punto fuerte del modelo israelí. Con un gasto anual promedio en educación que supera el 5 % del PBI y que incluyó picos del 9 % en 1985, del 8,6 % en 1980 y 7,8 % en 2016, el país ha cosechado los frutos de este esfuerzo presupuestario. Con una población de 8,6 millones de habitantes, Israel cuenta actualmente con 314.500 estudiantes en sus nueve universidades y 54 academias superiores. De allí han egresado sus ocho Premios Nobel en ciencias duras, seis en Química y dos en Economía, además de los tres Premios Nobel de la Paz.
La performance en materia de salud pública también ubica al país a la cabeza de los principales rankings internacionales.

De acuerdo al índice global elaborado por Bloomberg en esta materia, Israel es el noveno país más saludable del mundo, con una expectativa de vida de 82,5 años (80,7 en los varones y 84,2 en las mujeres) y una bajísima tasa de mortalidad infantil (3,1 por cada 1000 nacidos vivos). El gobierno destina una cifra equivalente al 11,57 % de su gasto total al sistema de salud, que a partir de 1995, con la sanción de la Ley del Seguro Nacional de Salud, garantiza una canasta uniforme de servicios médicos a todos los residentes. El país cuenta con 373 hospitales y una amplia red de centros de atención, dispensarios, centros materno-infantiles e instituciones de rehabilitación.

EL PAÍS DE LA ALTA TECNOLOGÍA Y DE LAS START-UPS

El Estado de Israel ocupa el segundo lugar, después de Estados Unidos, en lo que respecta a la concentración de empresas tecnológicas del mundo, un claro liderazgo en emprendimientos vinculados a la tecnología. Con un 4,2 % de su PBI destinado a investigación y desarrollo (I+D), el país se ubica muy por encima del promedio de 2,3 % que dedican a I+D los demás miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Cabe destacar, a modo de ejemplo, que Israel tiene entre 135 y 140 ingenieros por cada 10.000 trabajadores, lo que equivale al índice per cápita laboral más alto del mundo en dicha profesión.
Cuenta con más de 4000 start-ups (empresas emergentes del sector tecnológico) radicadas en su territorio, lo que arroja un promedio sorprendente: una start-up por cada 1845 habitantes. Un factor clave son los denominados “centros de transferencia tecnológica”, que contribuyen a que los investigadores puedan volcar comercialmente las ideas que desarrollan en las universidades y laboratorios científicos. Otra estadística contundente, difundida por el Foro Económico Mundial, indica que cada año Israel produce 249,2 patentes o inventos por cada millón de habitantes, lo que lo sitúa solo detrás de Taiwán, Japón y EE. UU.

El gran presente de la economía israelí se refleja también en el mercado laboral. Según cifras de la Oficina Central de Estadísticas (CBS) de Israel, en enero de este año el índice de desempleo fue del 3,7 % de la población económicamente activa, su nivel más bajo desde 1970. Otro dato revelador del buen presente es que el 79,8 % de las personas de entre 24 y 65 años cuentan actualmente con trabajo.

Sin embargo, el último informe de la OCDE, dado a conocer en marzo pasado, advierte sobre la alta tasa de pobreza en la población árabe israelí (49,4 %) y en los llamados haredim” -judíos ultraortodoxos- (45,1 %). Debemos considerar que estos dos grupos representarán, hacia el año 2060, la mitad de la población del país. Además, el bajo índice de personas con títulos académicos y universitarios de ambas comunidades, comparado con el resto de la población del país, no les permite contar con herramientas adecuadas para lograr una movilidad social ascendente.

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