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Entendiendo el fenómeno Milei: entre el discurso escandaloso y el camino a la barbarie

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Esteban Silva, para Radio Jai

En un resultado sorpresivo, el economista Javier Milei (de La Libertad Avanza) se coronó como el candidato individual más votado de las Elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en la República Argentina. Con 32% de las preferencias, y siendo el aspirante más elegido en más de la mitad de las provincias del país, el líder autodenominado “libertario” ha escalado meteóricamente a la cima del espectro político en la nación rioplatense.

Su oratoria exaltada, sus amenazas contra la “casta” y sus propuestas disruptivas han creado una simpatía entre sectores emergentes de la sociedad argentina, especialmente en el electorado más joven. Milei promete cerrar el Banco Central, dolarizar la economía del país, acabar con la gratuidad de la educación en el país y desmantelar una serie de ministerios para reducir el tamaño del Estado, entre otras ideas de corte radical.

El análisis político convencional reduce el llamado “fenómeno Milei” al sentimiento anti-político y a la indignación por la situación económica del país; ciertamente, la aparición de outsiders en una democracia consolidada es una condición necesaria para considerar un “colapso” del sistema político tradicional como lo conocemos. Sin embargo, también es importante recalcar que este malestar popular se canaliza a través de este candidato y no de otras nuevas imágenes dentro de los partidos políticos tradicionales y otras pequeñas coaliciones en la oferta electoral.

¿Qué factores han producido la explosión de Javier Milei en la presente elección? ¿Qué cambios o peligros representa la aparición y potencial elección de Javier Milei como presidente de la Argentina? Estas y otras preguntas son el objetivo del presente artículo.

El outsider y sus implicancias políticas: de la teoría a la práctica

Si bien Javier Milei no es una figura nueva en la política argentina (estuvo envuelto en la campaña de José Luis Espert en la elección de 2019) y tampoco un actor externo a la actividad política (es diputado por Ciudad Autónoma desde 2021), su presencia en la coyuntura responde a la categoría conceptual del outsider.

Como he mencionado en el pasado en el artículo “Así muere una democracia”, existen condiciones más allá de las elecciones per se para considerar que un sistema democrático es institucionalizado, fuerte y representativo. Uno de ellos es la estabilidad política expresada en la perennidad de las instituciones, entre ellos los partidos políticos. Un sistema de partidos se ve colapsado cuando llega al punto final de una crisis de representación irreparable y del desalineamiento (irregularidad) electoral, expresado mediante la aparición de outsiders (Mejía & Valdivia, 2012).

Para entender esta categoría, el sociólogo Nicolás Lynch (1999) define como outsider a “un individuo que viene de fuera del sistema de partidos y de la sociedad política, con un prestigio ganado en otra actividad, diferente de la política, y por estas razones, en una situación de crisis de una forma de representación, la gente se inclina a confiar en ella o él”. En ese sentido, debe entenderse una condición necesaria: el outsider necesita de la crisis para generar confianza.

En ese sentido, la Argentina afronta una crisis económica que esencialmente tiene una responsabilidad gigantesca del Estado, endeudado y deslegitimado por la desproporcionalidad en la distribución de sus recursos. El paradigma del Estado activo e interventor, surgido tras la crisis en 2003, está grandemente desgastado. Este clima político crea un espacio para legitimar el discurso antiestatal. Como en 1989 antes de la elección de Carlos Menem, existen incentivos para proponer la reducción del margen de acción del Estado, y a partir de ello se construye la retórica política de Milei. Si Trump y Le Pen, e incluso Patricia Bullrich (como veremos más adelante) descargan su resentimiento sobre los inmigrantes, Milei lo hace sobre “el Estado y la casta política” (de la cual, sin embargo, es parte).

La reciente encuesta “¿En qué creemos los argentinos” (realizada por el Observatorio Pulsar de la Universidad de Buenos Aires) explica el desprestigio del Estado: el 80% de los entrevistados cree que “el Estado gasta mucho”, y el 60% preferiría que la creación de empleo corra a cuenta del sector privado. A su vez, entre la predisposición popular a las reformas, existe una distribución muy dispar entre las propuestas políticas referidas al aumento de la edad de jubilación, la legislación laboral y la apertura económica.

A su vez, la crisis tiende a acercar a la opinión pública hacia una posición individualista: los postulados de igualdad, solidaridad y redistribución de los ingresos se han visto desplazadas por las ideas de libertad, orden y baja de impuestos.

La tendencia global: ¿La rebeldía se volvió de derechas?

El discurso de Milei podría considerarse “antisistema” bajo la idea de elegir un actor del sistema político (el Estado) para sostener toda una retórica que justifique sus propuestas. Este espectro tradicionalmente ocupado por las izquierdas, sin embargo, ha ido perdiendo espacio frente a una agenda más allá de la Argentina. El avance de la extrema derecha se puede entender como un clima de época: Trump (USA), Marine Le Pen (Francia), Jair Bolsonaro (Brasil), Santiago Abascal (España) o José Kast (Chile) se encuentran dentro de esta “familia política”.

El caso argentino demuestra la debilidad de sus anticuerpos para evitar el fenómeno outsider: durante años se han mantenido instituciones como parte de una cultura democrática fuerte y un sistema electoral que suele “penalizar” (proporcionalmente hablando) a las organizaciones partidarias de menor tamaño.

El historiador argentino Pablo Stefanoni publicó recientemente un libro intitulado “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, en el cual intenta interpretar históricamente como el antiprogresismo y la “anticorrección política” intentan construirse como una especie de “sentido común” frente a los cánones de respeto establecidos socialmente. Incluso si atacan ciertas libertades individuales (que se pregonan como supuestos de una “libertad irrestricta”), estas corrientes tienen en común combinaciones varias de nacionalismo, posiciones antiestatales, xenofobia, racismo y misoginia, pero incluso guiños a otras minorías (especialmente religiosas). Estas “derechas alternativas” cambian la ecuación de la política local, levantando las banderas de la indignación y la rebeldía tradicionalmente asociadas a las izquierdas y el anarquismo político. Con el progresismo convertido en parte del statu quo, estas fuerzas tienen más campo para considerarse fuera de los límites que supone la actividad política.

Los casos Trump y Bolsonaro (que llegaron a sus gobiernos con consecuencias catastróficas para sus sociedades y economías) dejan lecciones para entender sus discursos defensivos, su verborrea escandalosa y cómo buscan copar los espacios postergados en las sociedades contemporáneas. Su estrategia pública incluye la “guerrilla cultural” en redes, desde los más pequeños foros y la desinformación en plataformas como YouTube y Twitter; esto contribuye a empezar a tolerar opiniones y acciones que antes debían condenarse en la esfera pública, creando fanatismos y polarizando los espacios en los que se desarrollan.

A modo de conclusión

La aparición de una figura como Javier Milei es la continuación de una tendencia política diferente a la derecha tradicional como la conocemos.

Esta especie política tiene una visión del mundo clara, y un objetivo claro. Han pasado de ser personajes excéntricos o estrafalarios a convertirse en un tema serio: Trump, Bolsonaro y más recientemente el inclasificable Nayib Bukele. Todos tienen particularidades, pero comparten una idea común: odian las regulaciones financieras y económicas, confían ciegamente en el libre mercado (como Bukele desperdiciando sus reservas internacionales en el mercado de Bitcoin), creen en soluciones mágicas, definitivas e inmediatas para los problemas sociales (como la imposible dolarización de la economía argentina por parte de Milei); desprecian toda noción de justicia social (más de uno la ha llamado “aberración”). También comparten su odio desmedido al Estado (cierre excesivo de ministerios, como Mujer y Educación) y creen que todo es sujeto de comercio (nótense las polémicas declaraciones de Milei sobre la venta de órganos, o las ideas de Trump sobre las reformas médicas en USA). Lo mismo con respecto a la “mano dura”: Milei propone la portación libre de armas y Bukele encarcela a quien “le parece pandillero”.

Con respecto a la “libertad”, esta se reduce a la desregulación económica, ya que curiosamente los “ultraliberales” son líderes conservadores, que generan simpatías en sectores reaccionarios. Reivindican las dictaduras de sus países y niegan o glorifican las violaciones de derechos humanos realizadas en sus países (como Bolsonaro insultando a Dilma Rousseff por su condición de torturada, o Victoria Villarruel asegurando que los “terroristas de los 70 reescribieron la historia”). Necesitan el soporte autoritario, porque implementar sus ideas requiere de fuerza adicional.

Su estrategia polarizadora ha funcionado hasta el momento: a su lado las derechas tradicionales parecen moderadas, y las fuerzas de izquierda se ven condenadas al dilema del “falso centro” (como el caso López Obrador militarizando fronteras en México).

El electorado, con razones genuinas, busca desembocar su rabia contra la política mediante el “voto de castigo”. Todas las condiciones están hechas para ello. Ojalá el suicidio político no sea el voto de castigo más radical para ellos.

 

Politólogo, Master of Arts (MA) en Estudios Migratorios por la Universidad de Tel Aviv.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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