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Parashat Vayikrá

Rabí Akiva tenía cuarenta años y todavía no había aprendido nada. Cuando estaba parado en la boca de un manantial preguntó: ¿Quién perforó esta piedra? Le dijeron: El agua, que constantemente cae sobre ella, día tras día. Y dijeron: -Akiva, ¿no sabes esto del versículo: «Las piedras se desgastan con el agua impetuosa, que se lleva el polvo de la tierra» (Yiov 14:19)? Akiva aplicó inmediatamente lo oído a sí mismo. Dijo: -Si algo suave puede tallar algo duro, entonces aún más, las palabras de la Torá, que son como el acero, pueden grabarse en mi corazón, que no es más que carne y sangre. Inmediatamente fue con su hijo y se sentaron junto a los maestros para comenzar a estudiar la Torá. Le dijo a uno: -¡Enséñame la Torá! Luego tomó un extremo de una tabla y su hijo agarró el otro. El maestro escribió alef y bet, y los asimiló (desde alef a tav, y los aprendió; el libro de Vayikrá, y lo aprendió). Y siguió estudiando hasta que estudió toda la Torá (Avot Derabí Natán 6:2).

Hasta el pasado no muy lejano el primer libro de la Torá que se enseñaba a los niños era Vayikrá. La letra Alef reducida de la palabra inicial del libro, fue asociada con la alfabetización de los más pequeños. El gran rabí Akiva llegó a ser un gran sabio después de haber iniciado sus estudios a partir de este libro. Muchos años después se solía afirmar popularmente, que dado que Vayikrá habla de santidad y purificación, que vengan los puros y los santos niños a aprenderlo.

Vayikrá trata principalmente del ritual sagrado del Mishcán -santuario portátil-, los métodos por los cuales se debe servir a lo divino. Nuestra parashá establece las ofrendas básicas de sacrificio y las ofrendas.

Algunas explicaciones que justifican los sacrificios incluyen el deseo humano de mostrar gratitud por los dones de la vida y el sustento, la sensación de que le debemos algo al Creador a cambio de habernos creado y que así lo sufragamos y que nos permite elaborar mejor el sentimiento de culpa por los errores y enmendarlos.

Una de las primeras escenas de la Torá involucra el profundo anhelo de dar y sentirse aceptado y afirmado. “Hevel se convirtió en un cuidador de ovejas, y Caín en un cultivador de la tierra… Caín trajo una ofrenda del fruto de la tierra; y Hevel, por su parte, trajo el más selecto de los primogénitos de su rebaño”. Esta escena indica el peligro involucrado en el servicio divino. El primer asesinato en la Torá ocurre cuando los jóvenes hermanos discuten sobre la recepción de Dios de sus ofrendas; Caín mata a Abel. Caín había ofrecido regalos vegetales; Abel había matado a sus mejores animales.

Los sacrificios invocan la conciencia de nuestra mortalidad como criaturas en relación con Dios. Nos detenemos justo antes de ofrecer todo nuestro ser, ponemos nuestras manos sobre el animal en identificación con él y desplazamos al animal nuestra disposición a dar nuestra propia vida. La intensa conexión con la muerte y la sangre aspira a acercarnos a Dios, ofreciendo el regalo más sagrado, la vida misma.

Pero, los profetas marcaron que no siempre quien estaba dispuesto a sacrificar a un animal, había desarrollado el proceso interno de comprender lo que pretendía hacer. El profeta Yeshayahu nos recrimina: “¿Para qué me sirve la multitud de vuestros sacrificios? dirá .A. Hastiado estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos” (1:11).

Rambam-Maimónides, discute la progresión del servicio sagrado en la Guía para los Perplejos, su Moré Nevujim. Aclara el propósito de los korbanot para canalizar los deseos idólatras de las personas hacia el servicio divino (3:46). Por el contrario, Ramban-Najmánides, cree que las korbanot tienen un propósito intrínseco. El hecho de que crean un aroma delicioso indica el aprecio de Dios por las ofrendas que le presentan los humanos. Dado que los actos se componen de pensamiento, palabra y acción, Dios ordena que cuando un individuo transgrede y trae un sacrificio animal, deba posar sus manos sobre su cabeza, acto que corresponde a la acción pecaminosa que requiere esta expiación. Debería confesar lo que hizo mal, expiando así el discurso que contribuyó a la transgresión. Debe reconocer que las entrañas y los riñones que se queman en el fuego del altar representan, simbólicamente, la necesidad de expiación por parte del asiento de todo pensamiento y pasión humanos. La quema de las extremidades del animal corresponde a la necesidad de expiación de las manos y los pies del transgresor, ya que estas extremidades llevan a cabo toda su actividad. Una persona, ya sea haciendo o mirando estas acciones, se dará cuenta de que ha transgredido las normas con su cuerpo y su alma, y ​​que merece que se use su propia sangre y su propio cuerpo para expiar la falta si no hubiera sido por la Compasión del Creador, que acepta un sustituto. Por lo tanto, el sacrificio expía por su sangre correspondiente a la sangre del transgresor, su alma correspondiente al alma del transgresor, sus extremidades correspondientes a las extremidades del transgresor, las porciones (que se dan a los sacerdotes) darán vida a los maestros de Torá que a su vez rezarán en su nombre. Y las ofrendas diarias sirven para recordarle a la gente que evite pecar continuamente… (Ramban en Vayikrá 1: 9)

Estos comentarios indican un proceso profundo de llegar a aceptar la responsabilidad por nuestro comportamiento.

Después de la destrucción del Templo, los sabios anulan los sacrificios e instituyen la oración como una expresión de nuestro compromiso y deseo de estar cerca de Dios sin sacrificar la vida. Un Midrash declara abiertamente: «Todos los sacrificios serán anulados en el futuro pero el sacrificio de acción de gracias no cesará [nunca]» (Tanjuma Emor 19, que es confirmado, en Vayikrá Raba 9: 7).

El profeta nos lo había anunciado: “Ha de oírse aún voz de gozo y de alegría, voz de desposado y voz de desposada, voz de los que digan: Alabad a .A. de los ejércitos, porque .A. es bueno, porque para siempre es su misericordia; voz de los que traigan ofrendas de acción de gracias a la casa de .A.” (Yrmiahu 33:11):

No fue un desatino de rabí Akiva y no se equivocaron los judíos durante generaciones, cuando decidieron comenzar a estudiar las prescripciones de las ofrendas, porque así pudieron descubrir que en cuestiones de santidad vale más la intención que algunas de las acciones que pueden estar viciadas, aunque por fuera se vean como actos piadosos.

Que el estudio de la Torá en estos días, sirva para elevarnos espiritualmente y que nuestras plegarias sean aceptadas  para detener la peste y para sanar a los enfermos.

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