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Parashat Lej Lejá

Abraham no era un rey o un guerrero, o un hombre de fuerza sobrehumana. La mayoría del tiempo él y Sara vivieron tranquilamente, lejos de las zonas de poder y fama.

Lo que tenían de especial era que ellos tenían el coraje de ser diferentes. Ellos no adoraban a los ídolos de su época, sino que, por el contrario, comprometieron su lealtad al Dios único, creador del cielo y de la tierra. Cuando sus vecinos fueron amenazados, Abraham y Sara rezaban y pelearon por ellos. Pero, ellos no vivían como lo hacían sus vecinos. Ellos tenían sus propios valores. Ellos se mantuvieron en “la forma de Dios, haciendo caridad y justicia.” Esta fue la manera que les enseñaron a los miembros de su familia y a su hijo Isaac.

En contra de lo que hacían los que estaban a su alrededor, ellos no adoraban a la naturaleza o al poder, ellos no creían que el mundo era simplemente el escenario de fuerzas que chocan ciegamente, y ellos rechazaron los mitos y las prácticas paganas de su época. Como lo expuso la tradición más tarde, “El mundo completo estaba de un lado y ellos estaban en el otro.” Hubo momentos en que su fe fue puesta a prueba, pero ellos perseveraron, permaneciendo fieles a la voz que escuchaban.

Los judíos fueron siempre gente sencilla, sin embargo, nuestros ancestros sobrevivieron por creer que la eternidad se encuentra en las vidas simples de seres humanos ordinarios. Ellos encontraron a Dios en sus hogares, familias y relaciones. Ellos adoraron a Dios en las sinagogas, los primeros lugares en convertirse en santos por el solo hecho de que las personas se reunían allí para rezar. Descubrieron a Dios en el corazón del ser humano y en nuestra capacidad de hacer un mundo diferente por medio de nuestras acciones. Encontraron a Dios, no en el viento o en el trueno o en el terremoto, sino en las palabras, en las palabras de Torá, el contrato de matrimonio entre Dios y el pueblo que Él tomó como propio. Ellos estudiaron esas palabras incansablemente y trataron de ponerlas en práctica. Bajaron el cielo a la tierra porque ellos creían que Dios vive en dondequiera dediquemos nuestras vidas a Él. Y, de alguna manera, ese pueblo pequeño hizo grandes cosas. Generaron algunos de los más grandes visionarios que el mundo haya conocido. Ellos transformaron a la civilización occidental enseñándole a abandonar el mito y la magia y a ver a la historia de la humanidad como un viaje lento y largo hacia la libertad y la justicia…Se mantuvieron firmes en la creencia de que Dios tenía un propósito para la humanidad y de que el pueblo Judío era el portador de la presencia Divina en un mundo violento, injusto y a veces sin Dios. En las épocas en que se adoraba lo colectivo –la nación, el estado, el imperio –ellos hablaban acerca de la dignidad y de la santidad del individuo. En las culturas que celebraban el derecho del individuo a hacer lo suyo, ellos hablaban de ley, de deber y de responsabilidad mutua… Los Judíos, por lo tanto, se encuentran ubicados justo en el centro del intento perenne de dar a la vida humana la dignidad de un propósito.

 

Rabbi Jonathan Sacks

Radical Then, Radical Now, p

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