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El COVID-19 pasa, sus consecuencias geopolíticas quedan

Por: Fabián Calle.

Desde diferentes capitales del mundo, en especial en los Estados Unidos, Europa, India y Asia, se habla y discute sobre el origen del COVID-19.

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Hay en Washington y otras capitales como Londres un creciente consenso de que el origen no fue el histórico y folclórico mercado de animales salvajes vivos de Wuhan sino una fuga seguramente accidental de la planta biológica construida con ayuda de Francia hace menos de una década.

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Estos análisis afirman que es sugestivo que el mercado en su larga historia nunca haya provocado un problema así y recién se produjese cuando el laboratorio entró en funciones. Otro de los tantos misterios que acompañará la política internacional seguramente y que será munición pesada para las campañas con vistas a las elecciones en EEUU en noviembre próximo.

Esta pandemia y la abrumadora crisis económica y social que está provocando viene a coincidir con una acentuación de una transición del mundo unipolar que existió desde 1989 hasta bien entrada la primera década del siglo XXI. El gran teórico de las Relaciones Internacionales, Kenneth Waltz, lo denominó en 1992 el momento unipolar de los EEUU, que se extendería por un período cercano a los 20 años para luego ir dando lugar a un mundo de rasgos más multipolares compuesto por el mismo poder americano en una posición relevante, China, Rusia, India, Alemania y Japón. La innecesaria y costosa invasión de Irak en 2003 y la crisis financiara de 2008 son algunos de los factores que en la visión de varios analistas han motivado una acentuación o aceleración de esta transición. En este contexto, surgen diferencias entre aquellos que ven claramente el ascenso de ese multipolarismo y otros que se inclinan más bien por describir lo que se viene como un nuevo bipolarismo. Esta vez no entre Washington y Moscú, como en el pasado, sino con Beijing. Allá por 1972, la magistral jugada de Nixon y Kissinger comenzaba a poner a China dentro del escenario internacional con el objetivo de complicar y debilitar a los soviéticos. Seis años después, el liderazgo chino post Mao comenzaría su giro hacia el capitalismo y la integración al mercado comercial y financiero global.

El COVID-19 será un tema clave en las próximas elecciones presidenciales de los EEUU: colocó a Donald Trump frente a una fuerte crisis económica en el primer semestre del año pero al mismo tiempo puede reivindicar que siempre fue un duro en relación al ascenso de China. Joe Biden, por el contrario, hasta hace pocos meses mostró una actitud moderada y de buscar canales de cooperación y coordinación con Beijing. Todo condimentado por los informes periodísticos y ataques desde el partido Republicano sobre los vínculos comerciales de su entorno con empresas chinas y ucranianas. En el caso de que se impusiera a Trump, será extremamente complicado para el ex vicepresidente de Barack Obama tener una relación positiva y fluida con los chinos. Se repetiría lo que a partir de su ascenso al poder le sucedió al actual mandatario americano con Rusia. Las acusaciones demócratas, nunca probadas en la justicia, sobre la cooperación de Moscú para que llegase al poder le quitaron todo el espacio para tener un constructiva relación estratégica con Putin, lo cual hubiese sido un gran dolor de cabeza para China.

La rivalidad estratégica entre Washington y Beijing se verá potenciada y amplificada por el COVID-19, pero a diferencia de lo ocurrido en el pasado, de 1945 a 1989 entre EEUU y la Moscú roja, esta vez los dos gigantes son grandes socios comerciales con intercambios por más de 600 mil millones de dólares. Con un banco central chino con centenares de billones de dólares en bonos americanos, con más de 360 mil jóvenes chinos estudiando en universidades americanas así como una buena cantidad de dirigentes del PC chino y de sus hijos con postgrados en esas mismas casas de estudio. Cabe recordar la visita de XI Xinping a la cumbre de mega capitalistas de Davos, en la que él y su país se mostraron como garantes y custodios del orden capitalista global. Casi al mismo tiempo, comunicaba al mundo su ascenso a gobernante de por vida de China, dando por terminada la tradición post Mao de solo dos mandatos de cuatro años. Pocos años atrás Beijing emitió un documento oficial en el que expresó claramente su decisión de ser la principal potencia militar y económica del mundo para antes de 2050. Así superó la estrategia de lo que Deng, el líder que orientó a China hacia el capitalismo, denominó hace cuatro décadas el ascenso sigiloso o silencioso, con el objetivo de no crear temor y postergar en todo lo posible las contramedidas de EEUU y sus aliados.

Por todo ello no estamos frente a un multipolarismo claro como en 1815, 1914 o 1939, ni ante un bipolarismo definido como el que abarco de 1945 a 1989. Si bien EEUU y China son por lejos las mayores economías del mundo, sumando casi el 40% del PBI mundial entre ambas, y siendo cada uno de ellas al menos 10 a 12 veces más grandes económicamente que Rusia, esta potencia europea y asiática es poseedora, en conjunto con EEUU, del 90% de las cabezas nucleares del mundo.

Otro plano a considerar es el golpe que muchos perciben en el denominado softpower chino, o sea su atracción y capacidad de seducción y admiración en el sistema internacional. En las últimas décadas los sectores anti Estados Unidos de todo el mundo, tanto de la izquierda como fundamentalistas religiosos, vienen valorando y elogiando el rol chino. Ni que decir del mundo empresarial y financiero occidental que tienen en el gigante asiático: un inmenso mercado para negocios y ganancias. En otras palabras, los viudos y viudas de la colapsada URSS y los neoliberales pro mercado más acérrimos, hermanados.

El empeoramiento del clima entre EEUU y China hará más agudas las pujas y tironeos en zonas periféricas como Latinoamérica. Con sectores políticos como el PT de Brasil, la izquierda chilena, el castrochavismo en Bolivia, Venezuela, Ecuador y la Argentina, buscando el paraguas protector ruso en el campo de la inteligencia y la seguridad, y la gran billetera china para el plano comercial y financiero. Un Trump reelecto y con su juicio político ya enterrado o un Biden podrán avanzar una relación más positiva y con visión de largo plazo con Rusia, tal como viene aconsejando Kissinger desde hace años. De lograrlo, el matrimonio por conveniencia que llevaron adelante China y Rusia a partir de fines de los 90 para intentar balancear la unipolaridad americana irá dejando paso a un juego multipolar menos lineal y más amplio y complejo.

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Cabría mirar entonces los tres planos que se perfilan en el escenario internacional. En primer lugar, el centrado en el hard power, o sea capacidades estratégico militares, donde algunos ven una nueva bipolaridad entre Washington y Beijing y otros una multipolaridad, es decir estas dos potencias más Rusia. El siguiente, el económico y comercial, donde pesan también Europa, Japón, india, Corea del Sur, etcétera. Y un último plano de actores no estatales, tanto benignos como malignos. Entre los primeros, Bill Gates, Apple, Facebook, Greenpeace, etcétera; entre los segundos, por ejemplo, Al Qaeda, ISIS, mafias, narcos, hackers, etcétera. Los EEUU y China están adentro del sistema económico y financiero global, a diferencia de EEUU y URSS en la Guerra Fría. Un desmadre afectaría muy seguramente a ambos dos. En el tercer plano, el de actores no estatales, también habrá que coordinar y cooperar. Un mega ataque terrorista informático o nuclear o biológico haría que por un buen tiempo, como pasó en 2001 por el 9/11, todos nos quedamos mirando un enemigo sin código postal.

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