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Un nazi al frente de la ONU: El caso Kurt Waldheim

Un hombre que siempre tenía en la boca valores como la moral, la ética, la caridad. Un conservador sin estridencias.

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Maneras elegantes. Voz suave. La misma voz que, si existe vida inteligente y ésta se topa con la sonda Voyager 1, representará a “casi todos los seres humanos del planeta Tierra” gracias al mensaje locutado por el político que la humanidad envió a los extraterrestres en 1977 dentro del artefacto humano que más lejos de la Tierra ha llegado, más allá de los confines del Sistema Solar.

Pero el 3 de marzo de 1986, a pocos meses de las elecciones presidenciales a las que concurría Waldheim, el periodista de investigación Hurbertus Czernin publicó una información que Waldheim siempre se había cuidado de suprimir en su biografía oficial, la que en 1941 le licenciaba de un paso forzado por la Wehrmacht alemana y lo situaba acabando sus estudios en la Universidad de Viena. Resulta que, indagando en los archivos sobre el expediente militar de Waldheim, el periodista se había topado con una historia muy diferente: en 1938 se había unido a la Sturmabteilung —la Sección de Asalto, las infames SA— y además formó parte del Cuerpo de Jinetes Nacional Socialista y de Liga Nacional de Estudiantes. ¡Bomba! La ONU había tenido un secretario general nazi y Austria, que entonces se veía como la primera víctima —cronológicamente— de las políticas de Hitler, podía llevar al poder a un antiguo partidario del Tercer Reich.

Como muestra de que la política de “hechos alternativos” es más vieja que Carracuca, la directora austríaca Ruth Beckermann repasa en el documental -El caso Waldheim-, que estrena este 26 de junio el Atlàntida Film Fest y que puede verse en Filmin, la espiral de mentiras, contradicciones y -yo-no-sé-nadas- en los que se enredó Waldheim en los últimos meses de su campaña electoral en un periplo televisivo sonrojante. La entrada en barrena de un —hasta entonces— prestigioso líder internacional que dejó como joya de la retórica la frase “era una actividad totalmente correcta y honesta” con la que se defendió de las acusaciones de haber firmado las deportaciones masivas y ejecuciones de miles de judíos en plena Segunda Guerra Mundial.

Aunque el material de archivo con el que está construido el documental —gran parte del metraje lo rodó la propia Beckermann, que hila la narración de voz con su voz melosa— data de hace más de 30 años, -El caso Waldheim- trasciende al personaje y su época y plantea una reflexión universal e intemporal: la necesidad de evitar que las responsabilidades individuales se diluyan en las colectivas, la defensa consciente de la mentira —de los que la lanzan como de los que la compran— y de los -hechos alternativos- para evitar reconocer errores, la difícil relación de Austria con su pasado —extrapolable de una forma u otra a cualquier país europeo— y el frágil equilibrio sobre el que se sostiene la paz social. Hacer las cosas bien es mucho más difícil que hacerlas mal.

Porque en su huida hacia delante para salvar su carrera, Waldheim y el Partido Popular Austríaco del que formaba parte incitan con sus trolas y sus conspiraciones un resurgimiento del antisemitismo y del revisionismo histórico que quebró en dos a la sociedad austríaca y que legitimó la salida a la superficie de idearios que hasta entonces habían estado enterrados bajo años de vergüenza nacional y cifras de víctimas del Holocausto. El Partido de Waldheim empezó a vender el apoyo a su candidato como una cuestión de patriotismo y de libertad frente a las injerencias del pueblo judío —así en general—, después de que el Congreso Judío Mundial sacase a la luz que el líder austríaco había tenido una mayor participación en el Holocausto: rescataron un documento gráfico que probaba que Waldheim, en 1943 y vestido con un uniforme del ejército nazi engalonado, estaba en Kozara (actual Bosnia) en el tiempo en el que el ejército nazi torturó y masacró a civiles y donde murieron alrededor de 25.000 partisanos y ciudadanos yugoslavos.

De los productores de “El millón de euros será de algún fontanero o de alguien de Ikea” o “hubo un error de transcripción de las calificaciones en el sistema informático” llega a la Sección de Asalto “me inscribiría algún amigo o algún familiar”. Del “yo no vi nada”, “yo no estuve allí”, pasó al “todo es falso” y yo sólo hacía lo que hacía cualquier buen soldado alemán.

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En el intento de defensa de lo imposible, el austríaco llegó a utilizar argumentos como que en la guerra también habían muerto muchos soldados alemanes, que en el Holocausto no sólo murieron judíos, que él sólo hizo lo que habían hecho muchos otros y que todo era un complot de los judíos para acabar con él. Los antisemitas durmientes volvieron a salir a la calle con pecho palomo y a justificar el Holocausto por la avaricia de los judíos, que no repartían dinero y trabajo en tiempos de crisis. Nivel superado por la propia campaña del partido, que utilizó el eslogan “Los austríacos elegimos a quien nos da la gana”.

Treinta años después, la ultraderecha nacionalista austríaca forma parte del Ejecutivo, en Hungría el Gobierno de Viktor Orban firma leyes severas —eufemismo de insolidarias y fascistas— contra la inmigración y la libertad sexual y en Estados Unidos la prensa ha destapado los centros de internamiento —más parecidos a las jaulas de -Hijos de los hombres-— donde se aisla a los inmigrantes menores de edad de sus familias. Cuando se recula, es básicamente por una cuestión de marketing, no de ideología. Por eso -El caso Waldheim- llega puntual a un tiempo en el que la revisión de la -verdad- nos acerca cada día un poquito más a aquello que históricamente se ha considerado una barrera infranqueable, la línea roja de la maldad. Entre tanto ruido, las palabras de uno de los miembros de la resistencia contra Waldheim, “lo único que importa es la decisión de ser cobardes o valientes”. Y la decisión, y la responsabilidad de esa decisión, es sólo nuestra.

Posdata: después y a pesar de todo, Waldheim ganó las elecciones.

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Fuente: El Confidencial

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