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El Papa Urbano II y su encendida prédica

Durante el Concilio se aprobaron numerosos decretos que hacían a la disciplina eclesiástica y la reforma de la Iglesia, pero el punto que se consideraba más importante era la cautividad de Jerusalén y los abusos que se producían ahí.

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El 27 de noviembre de 1095, el Papa Urbano II reunió en la extensa plaza de Clermont a una inmensa multitud, y seguido por sus cardenales quienes llegaron en procesión, comenzó un encendido discurso para librar una “guerra santa” contra los enemigos de la Iglesia. En él realizó una descripción sobre el sufrimiento de la grey cristiana bajo los reinos musulmanes en el Medio Oriente y en uno de los tramos de su alocución, exhortó a los fieles con las siguientes palabras:

“Ya no es asunto de vengar las injurias hechas a los hombres, sino aquellas que son hechas a Dios. Ya no es cuestión de atacar una ciudad o un castillo, sino de conquistar los santos lugares. Si triunfáis, las bendiciones del cielo y los reinos de Asia serán vuestra recompensa. Si sucumbís, alcanzaréis la gloria de en la misma Tierra donde Jesucristo murió, y Dios no olvidará que os vio en la Santa Milicia…No os quedéis cobardemente en vuestros hogares con los afectos y sentimientos profanos. Soldados de Dios, no escuchéis nada sino los lamentos de Dios. Romped todos vuestros lazos terrenales y recordad que el Señor dijo: el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí… Y todo aquel que abandone sus casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o tierras por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna.”

Relatan los cronistas de la época que esta prédica del Papa tocó los corazones de todos. “Pareció como una llama ardiente que descendió del cielo”. La asamblea, tomada por el entusiasmo,….., se exaltó y se levantó en masa gritando: “Deus vult! Deus vult!” (Dios lo quiere, Dios lo quiere).

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Al concluir el concilio, Urbano II viajó a través de las varias provincias de Francia para completar su trabajo, convocando otros concilios. Este entusiasmo y una exaltación religiosa ilimitada se difundió al resto del pueblo francés, y luego se extendió a Inglaterra, Alemania, Italia e incluso España, que estaba combatiendo a los sarracenos en su propio territorio. Todo Occidente fue movido por las siguientes palabras: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.”

La religión, en su versión más extrema, era el gran objetivo de la guerra contra los infieles. El amor a los padres, los lazos familiares e incluso los más tiernos afectos fueron sacrificados por los ideales redentores que rebasaron a toda Europa. La moderación era cobardía, la indiferencia era traición, y la oposición a este fanatismo un ultraje y un sacrilegio.
Entre las poblaciones cristianas europeas, la convocatoria y la predicación de la Primera Cruzada potenció un creciente odio hacia los judíos. En algunas partes de Francia y Alemania, los judíos eran percibidos como enemigos equivalentes a los musulmanes.

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Además, sobre la base de afirmaciones de los Evangelios, se les hacía responsable por la crucifixión de Cristo y eran mucho más visibles para la población que los distantes musulmanes. La predicación de la Primera Cruzada hizo que muchos cristianos se preguntaran por qué debían viajar miles de kilómetros para luchar contra los infieles si ya tenían grupos de ellos viviendo cerca de sus hogares.
Bajo el lema “dejad el camino libre para marchar hacia Jerusalem”, a partir del año 1095 se inició una larga e interminable sucesión de ataques antijudíos por toda Europa. Por entonces, la animosidad cristiana contra los judíos llegó a su punto más alto cuando centenares de miles de miembros de la cruzada llegaron a la zona del Rin sin tener provisiones. Para proveerse, comenzaron a saquear los bienes y las propiedades de los judíos mientras intentaban forzar su conversión al cristianismo. En ocasiones los judíos sobrevivieron gracias a que fueron objeto de bautismos en masa
El llamado del Papa Urbano II inflamó y convulsionó a los pueblos cristianos de Europa occidental hacia la conquista de la Tierra Santa. El proceso que se iba a desarrollar entre los siglos XI y XII, denominado por la historiografía como las Cruzadas, dejó su estela de decenas de miles de judíos muertos y de infinitas comunidades arrasadas, cuyos nombres fueron eternizados en los “Memorbuch”, el “Libro de la Memoria”.

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